Esto del denominado ‘running’ me despierta desde hace tiempo sensaciones contradicto- rias. Lo mismo experimento su- blimes estados que me pongo un tanto mosca. La moda del salir a correr se ha instalado desde hace tiempo en nuestra sociedad para deleite de quienes quieren can- jear cuerpos serranos por estili- zados. No está mal, hombre.

A mí me gusta salir por el Par- que del Príncipe cacereño cada vez que el cuerpo me lo pide, últi- mamente un poco menos. Disfru- to y me relajo escuchando Extremoduro al compás de una carre- ra que, para un tipo de mi edad, no puede ser excesivamente rá- pida. Me da igual, en cualquier caso. Corro 40 minutos y para mí es como si me convirtiera en un ‘ nisher’ (toma anglicismo tam- bién en boga) de un maratón.

El gobierno de Monago exhi- bió esta práctica y acuñó cáno- nes a la hora ‘vender’ su políti- ca (¿también fue idea de Iván Redondo aquello?). Running, running, running. Durante los últimos años, me he negado a aceptar como bueno ese térmi- no, aunque yo sea un enamorado del atletismo del más bajo per l competitivo. Desde hace 20 años, cuando mi trabajo y mis obliga- ciones personales me lo permi- ten, además del físico, he ‘salido a correr’ o a ‘hacer footing’, como mucho.

Yo me quedo, de todo este fe- nómeno que nos ha hecho más saludables a todos, con su lado solidario. Hoy mismo se corre en Cáceres una prueba que promue- ve Quini Carrasco con ese carác- ter. Estoy por participar, pero yo para esto me he vuelto muy raro. Me da miedo quedar el último o que la edad no perdone y tenga, en pleno esfuerzo, un desfalleci- miento, tan competitivo que ha sido uno siempre. En eso sí estoy lejos de los grupos de atletas ur- bano que pululan por doquier: ese espíritu de superación y lo bien que lo pasan. Aquí, yo me autoproclamo misántropo desde mi preciada normalidad.