Francamente, hoy no sabía cómo titular esta columna: Periodistas sin límites, Matad al mensajero, Assange asediado ... pero de golpe lo he visto claro y he pensado: "Si Larsson estuviera vivo...". Sí, si Stieg Larsson viviera escribiría una novela, porque el caso de Julian Assange y Wikileaks tiene todos los ingredientes de una novela negra de éxito del malogrado escritor y periodista sueco. Con esta trama de espionaje, gobiernos de medio mundo implicados, filtraciones y piratas informáticos perseguidos, como Lisbeth Salander, se pone de manifiesto que el poder hace lo que sea para controlar la información y arrinconar al informador.

Pero, cómo son las cosas, hace cuatro días gobiernos y organizaciones aplaudían, premiaban y reconocían el trabajo de Wikileaks, hasta el día en que empezó a mosquearles. Y la reacción ha sido desproporcionada y salvaje. Se ha movilizado a toda la comunidad internacional --incluida la periodística, que quizá se lo debería hacer mirar-- para salir a la caza y captura del considerado nuevo enemigo público número uno. ¿Por qué? Por el mero hecho de haber hecho públicas ciertas verdades incómodas que, filtradas por un tercero, no gustan. Assange desconcierta a los periodistas y atemoriza a los gobiernos que, mientras se esfuerzan en hacernos creer que vivimos en una sociedad libre, coartan la libertad de información.

Nos hacen creer lo que quieren, y solo me remito a la estrategia que han utilizado, que no debe ser ni la primera ni la última vez que usarán. Es curioso que --en connivencia con los medios de comunicación-- para acabar con el informador hayan decidido desinformar, sembrar mentiras, lanzar acusaciones que se han demostrado falsas. Mientras, no se presta atención, o muy poca, a las informaciones que se siguen filtrando, que exigirían pedir responsabilidades a quienes aún las ostentan en puestos destacados de gobiernos que dicen que por encima de todo valoran la libertad. Si Larsson estuviera aún vivo...