No solo porque mi añorada madre lo consideraba un poeta y un hombre grande, sino por otras razones de más enjundia entre las que no se encuentra el que se le concediera el Premio Nobel de la Paz con carácter preventivo, en el seguro convencimiento de que haría cosas enormes por la humanidad, --ustedes juzgarán si eso ha sido así, que una el juicio ya lo tiene hecho--, me declaro admiradora del verbo de Barack Obama, de su tolerancia y de sus intenciones sobre todo, si no de sus logros, que tener buena intención es estos tiempos y a lo largo de la tantas veces asquerosa historia del mundo y del hombre ya es digno de admiración y agradecimiento.

Alguien con buenas intenciones no hará el mal, si puede evitarlo. Y en estos momentos en que una ola de maldad, intolerancia, violencia y odio al hombre --y a la mujer-- parece recorrer la tierra --si no más, al menos igual que otras épocas similares en la historia universal de la infamia-- y amenazarla desde todos sus rincones, en nombre de la religión, la raza, la extracción social, la nación, la tendencia sexual, el equipo de fútbol, el género o las opiniones políticas, se agradecen los discursos que predican lo contrario.

Lo cual no obsta para que a una le parezca que lo mejor que puede hacer un líder de la categoría que se le supone a Obama es algo más que predicar lo obvio. "Si no actuamos, seguiremos viendo masacres como esta" ha dicho Obama en Orlando. Gran descubrimiento de mediterráneo, sucesión de palabras huecas que se vuelven sarcasmo en boca del presidente cuya nación permite que las armas anden sueltas entre locos. Si no actuamos, seguiremos viendo mujeres asesinadas por el hecho de serlo. Si no actuamos, los campos de fútbol serán escenarios para el odio, no para el deporte. Si no actuamos, seguirán cayendo políticos a las puertas de sus casas solo por defender lo contrario de lo que predicaba su asesino.

Esto es así, y un líder puede lo que puede. Y aunque hablar también es actuar, el mundo necesita una ola de santa intransigencia activa contra toda esta insensatez. Porque los buenos somos más.