Desafiando las leyes de la Física, nunca ningún precio bajó después de subir, salvo en las rebajas... aparentemente. En las rebajas las cosas pasan a costar lo que realmente deberían, despojándose del sobrebeneficio monstruoso que el comercio aplicar suele, pero incluso los precios de las cosas rebajadas suben de una temporada a otra sin bajar jamás. Sin embargo, para una vez que está a punto de cumplirse, de materializarse y cobrar realidad el sueño de los pobres, esto es, que los precios bajen, todo parece conspirar para amargárselo.

El Sistema que se ha abocado a sí mismo a la ruina, y no digamos a millones de seres humanos, persiste, no obstante, en sus delirios, todos ellos de gran malaje y artificiosidad. Su última ocurrencia, ante la inminente llegada de la llamada deflación , es la de tratar de convencer a la gente, a los pobres y a los empobrecidos sobre todo, de que eso de que los precios bajen, y que la leche, la ropa o la hipoteca les cuesten un poco menos, es lo peor que les puede pasar. Increíble, pero cierto.

En este dislate, de cuya construcción y divulgación participan políticos, economistas, periodistas y demás especialistas, se percibe, desde luego, la defensa cerrada de los mercaderes ante lo que suponen puede hacerles ganar algo menos, pero también esa inclinación proverbial de los ricos a chinchar a los pobres. Ya se hizo antes con cosas de pobres: con el aceite de oliva, con las sardinas y con la carne de cerdo, alimentos cuya ingestión producía, por lo visto, desde anginas de pecho a tumores fulminantes, bien que dejó de producirlos milagrosamente cuando del aceite de oliva, de las sardinas y del cerdo obtuvieron beneficio los que se preocupaban tanto por nuestra salud de seres que comían cosas de pobres. Eso se hizo con la oliva, con el pescado azul y con el gorrino, y fue muy ominoso y muy triste, pero esto de ahora, amargar un sueño, no tiene nombre.