Esa vez, Magni se descubrió agotado. En realidad, hacía tiempo que su capacidad de tolerancia estaba sobrepasada. Harto de desfalcos, cansado de mordidas y de pasar por un aro hecho de liras (en cantidades ingentes). No lo pensó más: haría el juego a la fiscalía y le tendería la trampa de los billetes marcados al imbroglione de Chiesa , un destacado miembro milanés del partido socialista italiano.

Aquel constructor hastiado y su trampa a un político fue el detonante público de una operación judicial contra la galopante corrupción en Italia, un país que vivía en la sombra de una arquitectura dictatorial de partidos, que parecían bandas organizadas a la caza de fondos. En poco más de dos años, el juez Di Pietro y otros valientes miembros de la judicatura (en Italia la contestación institucional ha estado marcada con plomo durante décadas) desmontaron y sacaron a la luz el verdadero sistema "paralelo" montado por el partido socialista (en connivencia pacífica con la Democracia Cristiana). El sector público como negocio. La opinión pública fue clara: estaban con los jueces y con el movimiento Mani Pulite ("Manos Limpias". Sí, la traducción española tiene su ironía). El movimiento tomó el nombre de "Tangentópolis", como epítome de una bella Milán que tenía unos bajos fondos plagados de dinero negro y políticos, una mezcla explosiva. Tangente en italiano significa soborno, coima, el pago debido.

Ese 1992 fue un año clave para entender la política italiana hasta nuestros días. Rompió la inestable estabilidad política que había presidido durante casi 50 años el país. Durante ese largo tiempo, los dos partidos principales habían hecho turnos en gobiernos que no agotaban legislaturas. Sumado al cansancio de una población con una corrupción que salpicó hasta las finanzas vaticanas, la ruptura con los votantes estaba asegurada. Aquello fue el germen que sirvió para la subida al poder de Berlusconi y supuso la emergencia de nuevos partidos de izquierda y derecha que adoptaban posiciones extremas y hacían campaña de una casta política que vivía de perpetuar un sistema viciado. El populismo tuvo su momento de gloria en Tangentópolis.

NO HAY que escarbar mucho para ver que ese momentum tiene muchas similitudes con el actual en España. Muchos han destacado las evidentes similitudes, pero lo cierto es que las diferencias no permiten trazar tantos paralelismos. Aún así, la historia siempre nos regala valiosas lecciones, si estamos dispuestos a escucharlas.

El populismo ni es una opción política ni constituye una ideología. Por eso, da igual que se declare de izquierdas o derechas (o, perdonen, "transversal". No cabe un tonto más...). El populismo es un grito del sistema, de una democracia cansada, de unos votantes que se sienten engañados. Cuando hay una desconexión entre votantes y votados, cuando la crisis institucional es evidente, surgen las enfermedades del sistema.

La crisis económica acentúa la molestia. La clase trabajadora se siente engañada, viendo como el dinero público se ha despilfarrado a manos llenas mientras algunas tienen la desfachatez de criticar (ahora) una austeridad que realmente no ha existido (algunos pasan por alto que el gasto público ha seguido creciendo año a año en nuestro país). El empresario medio español, que no es una multinacional ni una gran empresa, se siente atacado y señalado, frito a impuestos y con legislaciones que son palos en sus ruedas.

Es normal buscar soluciones, querer cambios. Lo que no es tan usual, y creo que nos define como sociedad, es pretender que esas soluciones sean fáciles y rápidas. Eso no existe, pero el populismo lo promete. Por otra parte, es lógico, ya que cuando se nace únicamente de la crítica, de señalar lo que está mal, no es necesario construir. Todos los movimientos populistas viven de la ofrenda de un futuro mejor, utópico, y que además va a llegar ya. Ni el Valhalla oigan.

Aquellos partidos que irrumpieron en el parlamento italiano cambiaron el panorama político y "robaron" una enorme cantidad de escaños. Luego, siguieron robando. Claro, que ya no fueron votos, sino justo lo mismo que criticaron para encumbrarse. Algunos sobreviven veinte años después, pero como resquicios del sistema. No hay soluciones fáciles ni cambios en dos días.

Eso sí, obviar la responsabilidad de los que han alentado la corrupción y apelar al miedo es darle alas al populismo. Alguna esperanza ha de haber. Lo cierto es que todo empezó por la tangente. En su sentido italiano, ya me entienden.