Me pregunto qué estarían dispuestos ustedes a tatuarse en su piel, como aquella chica ya madura que se acercó a nosotros en la terraza del bar para declararle su admiración al artista a quien acompañábamos antes de su concierto de la otra noche. Su frase en la piel era la de una canción que, nos contó, le había marcado la vida y que interpretaría luego ese mismo autor a quien ahora tenía frente a frente. Me pareció que los silencios de él y las pausas de ella para superar el momentazo fueron dignos de lo mucho y tan necesarias que son la cultura y sus consecuencias positivas en la vida de la gente. Así, quizá, habrá más ciudadanos felices que no den por buena la lista de maldades a las que asistimos impertérritos si hablamos de la condición humana.

Por eso dudé poco después de que aquella mujer se marchara nerviosa y emocionada porque el artista en cuestión hubiera atendido sus explicaciones. Estoy convencido de que para ambos la situación tendría distintas lecturas, pero para los testigos que asistíamos a aquella escena lo mejor, sin duda, fueron las caras de reacción de uno y otra en una situación que también habría pasado si hubieran coincidido en la cola del supermercado. Pienso, por tanto, que, si las banderas de España en las camisas de marca merecen el mismo respeto que los tatuajes, no estaría de más autoexigirse por un día una frase tatuada con tinta borrable por cada estado de ánimo y la situación política-social del momento. Y, claro, que cada uno asuma las consecuencias en su piel si el estado de ánimo es volátil y hay que cambiar con frecuencia de membrete o eslogan. Llegarán en poco más de un mes las elecciones. Acuérdense de mirar bien qué tatuaje, falso o verdadero, le dan a leer nuestros políticos.

* Periodista