Escritor

He aquí un cuerpo de vigías de la sociedad en constante ebullición y con caídos en sus filas. No pueden decir lo mismo, por ejemplo, los economistas que se mueven detrás de un informe de Ernest Young, y aquí paz y después gloria. El taxista, por el contrario, tiene un roce público por encima del normal. Un taxista sabe que si llaman al Radio Taxis desde la prisión provincial, la llamada es para dar un servicio al director o a uno de los funcionarios, pero también puede suceder que el cliente tenga varios homicidios a sus espaldas y uno de ellos sea taxista. Es decir, el cliente que trata con un taxista siempre es un desconocido y lo mismo puede ser Ronaldo que un individuo con una llamada extraña en su cerebro que le exige matar ese día. Pero entrarle a un taxista tampoco es moco de pavo. Días atrás se me ocurrió, ya dentro de un taxis en Madrid, elogiar al guardia urbano que daba afarolados en la plaza de Cibeles, y la respuesta fue contundente:

--¿Estos...? (Se refería a los guardias). Usted no sabe la canalla que son.

--Ya, pero ése se la está jugando, contesté.

--¿Jugando? Lo que había que hacer es llevárselos por delante. Por culpa de ellos está el tráfico como está. Tenían que meter a uno en Gran Hermano, para que supiera todo el mundo los enemigos pagados que tenemos.

El motete del taxista fue todavía más duro que el edulcorado que les traslado. De pronto, un odio africano se asentó en los ojos del taxista que sólo recuerdo uno igual del asaltante que, tras el estreno de Lisístrata tuve que soportar en Mérida hace ya muchos años. Y es que el odio se remueve entre las vísceras matando de muy distintas maneras. Pero el taxista también tiene su corazón además del espejo retrovisor. Y eso fue lo que le sucedió a aquel taxista de ojos verdes, que miró por el retrovisor y se encontró con una viuda dulce como una mora, pero también tintada como ella.

--¿Qué, de compras...?

--Pues no, de teñirme el pelo, que va para dos años que se me fue mi Felipe.

Horas después la viuda llamaba al Radio Taxis:

--Señorita, mire, que el 219 que me trajo a casa, se quedó sobra la cama la cazadora.