El descubrimiento de que el que fuera tesorero del Partido Popular Luis Bárcenas ocultó durante años en cuentas suizas cantidades muy importantes --que alcanzaron 22 millones de euros en el año 2007-- es un nuevo eslabón en la inacabable cadena de graves anomalías en la relación de los partidos políticos y el dinero en España.

Los casos de corrupción, aunque a muchos deba anteponérseles técnicamente la palabra presunta, son tan continuados que está calando en el imaginario colectivo de los ciudadanos la idea de que el ejercicio de la política es sinónimo de enriquecimiento ilegal, o poco ético en el mejor de los casos.

Una idea que no solo es injusta con quienes dedican honradamente unos años de su vida a la actividad pública, sino que --y sobre todo-- debilita profundamente la esencia de la democracia en la medida que esta es inviable sin políticos, entendidos no como profesionales del cargo sino como personas con vocación y capacidad para gestionar, desde opciones ideológicas dispares, los asuntos colectivos.

El caso de Bárcenas es sin duda paradigmático del peor corporativismo y el oscurantismo que practican los partidos cuando se descubren irregularidades en sus finanzas. Bárcenas apareció en el 2009 como uno de los personajes centrales de la trama Gürtel, por la que fue imputado por el Supremo.

Y aunque fue dejando progresivamente sus cargos en el PP, el partido no dudó nunca de su honorabilidad. Por eso, aunque ahora los dirigentes populares digan que, al no ser ya militante, solo a Bárcenas corresponden las posibles responsabilidades por las cuentas suizas, el PP no puede pretender quedar al margen del asunto.

Y menos tras conocerse que 10 de los 22 millones de euros fueron regularizados recientemente por Bárcenas acogiéndose a la sonrojante --y escasamente exitosa-- amnistía fiscal decretada por el Gobierno. La sospecha de que no se dice la verdad aumenta cuando el Ministerio de Hacienda niega que Bárcenas usase esta peculiar vía y al cabo de unas horas resulta que sí lo hizo, aunque a través de una empresa y no a título personal.

Una argucia tan falaz e irritante como la explicación que en el 2011 dio Bárcenas de sus frecuentes viajes a Suiza: por su afición al esquí y el alpinismo. Los españoles, que sufren con mucha resignación la crisis, lo último que merecen es el cinismo. Jugar con fuego acostumbra a ser peligroso.