Lo que hay que hacer es aplicar incentivos fiscales, simplificar trámites burocráticos y fomentar la colaboración de las administraciones». Es difícil no estar de acuerdo con medidas que lo que proponen es aplicar el sentido común, ¿verdad? Claro que también se hace complicado distinguir entre propuestas de partidos, cuando toman el atajo de usar ese tono abstracto. Limpio, inatacable, como de línea musical de ascensor.

Seguimos con el ejemplo del entrecomillado de más arriba: ¿rebajas fiscales indirectas, reducción del peso burocrático, armonización en poderes públicos? Suena a Ciudadanos o, en su vertiente menos extractiva, a los populares.

Pues la respuesta pertenece a Ahora Podemos en Cáceres, respecto a la proliferación de rodajes en la ciudad y la gestión del equipo de gobierno. Volveremos a este tema, porque demuestra la infantilización en la que se ha instalado nuestra política y cómo, muchas veces, no por sumar más cabezas tienes más materia gris a tu disposición.

El abuso político del lenguaje ha llevado a determinados términos a no significar absolutamente nada. Encontramos palabras que, si algún día tuvieron un significado digno de ser concreto, ahora están vacías, huecas. O en el peor de los casos, han sufrido, como un virus destructor, ataques de maniqueístas y demagógicos. Demasiadas palabras en cuidados intensivos.

No me engaño: el retorcimiento del lenguaje para hacerlo bailar a tus deseos ni es propio de la política actual, ni es exclusivo de España, ni es desde luego novedad. Que se lo cuenten a Cicerón. Que «democracia», «gente», «pueblo» tengan un significado universal que es burlado por nuestros políticos es algo a lo que -desgraciadamente- nos hemos acostumbrado. Que «corrupción» o «estado» tengan una definición desacorde, según quién blanda su lengua, y sirvan más como revancha que como argumento nos gusta menos. Pero, a fuerza ahorcan, es algo ya instalado en la retórica política.

Lo peor de todo esto es la terrible sensación de que la mayoría de ellos tocan de oídas. Como loros en una tienda de mascotas, copian al dueño, repiten discursos y proclamas, con la orgullosa sensación de una buena imitación. Sólo que están muy lejos de conocer de lo que están hablando.

Porque repetir un argumentario que te da alguien dentro del partido (que sí conoce el tema) no te convierte más que un automáta con un discurso grabado. O en un concursante de «Operación Triunfo»: te emocionas a ver un micrófono y te pones ufano a canturrear y chapurrear algo que ni remotamente entiendes.

Cuando entramos en la práctica de la gestión de nuestras administraciones, preocupa más. Tenemos gente debatiendo y elaborando presupuestos sin conocer ni su proceso, ni su aplicación y, probablemente, sin haber elaborado uno en su vida. Tenemos miembros de comisiones en temas que nunca antes habían tratado. Tenemos, en definitiva, los mecanismos públicos en manos de quiénes desconocen su funcionamiento más básico.

Por descontado puedes criticar y hacer oposición en política. Nada impide la invectiva contra la acción del gobierno de Cáceres en cuanto a los rodajes. Pero siempre que los argumentos tengan el peso de algo más que una feroz pataleta. La base de todo el reproche al Ayuntamiento pasa en que no obtiene un rendimiento económico directo de estos rodajes, como sí hace, por ejemplo (agresivo sic), New York City. Sin palabras.

Y proponen: ¿incentivos fiscales? Por supuesto. El Ayuntamiento, por ejemplo, podría cobrar una tasa por día de rodaje, pero bonificarla al 99%. Está dentro de sus facultades, hay una exigencia de cobro, pero incentiva la acción (bonificación).

¿Nítido, no? Es lo que yo haría para así atraer más rodajes. Porque por mucho que nos repitamos que todos somos iguales y demás, Cáceres no es ni será New York. Ni va a haber 400 rodajes al año, ni el impacto en la vida diaria es el mismo. Y el ahorro en el coste de promoción de la ciudad sí puede medirse. Tan sencillo que sin un altavoz tan potente como el de los rodajes, Cáceres nunca hubiera podido permitirse costear una campaña similar.

Hay que hacer oposición cuando estén en juego los intereses comunes, no los propios, Y hacerlo desde el conocimiento. Que parece que en este país somos más de ir contra algo que con algo. ¿Nos les llama la atención el trastorno que sigue provocando el hecho de que alguien no esté de acuerdo con uno? Nos oponemos más con el oído que con la razón.