Durante cinco décadas, desde octubre de1965, se han realizado en el colegio Diocesano de Cáceres incansables afanes escolares. Por eso tengo para él una gran reserva de merecidas alabanzas, ya por haber formado parte de su claustro de profesores, ya por convertirse este icono docente en poderoso yunque donde se forjaron millares de caracteres juveniles. Su fuerte empuje educativo, como centro de la Iglesia, integrado en los 130 colegios diocesanos existentes en España, ha dado siempre un gran servicio a la ciudad, confiándosele por ello la formación de numerosos alumnos.

Aquí, en el afanoso trabajo de sus aulas, éstos pintaron hermosas acuarelas de proyectos, soñaron hermosas ilusiones y tejieron, bajo el rumor fecundo de su telar académico, el compromiso de un trabajo riguroso, pasado por el filtro de un cálido humanismo cristiano. En esta casa grande, cual catedral horizontal, de ladrillo visto, se daría, durante estos cincuenta pasados años, una sólida formación integral, rica en abundantes frutos, mientras anidaban otras esperanzas, dado su permanente esfuerzo por lograr la excelencia.

Una magnífica labor ha sido labrada en este centro, desde que un gran obispo, Manuel Llopis Ivorra , y su inolvidable director, José Luis Cotallo , impulsaron lo que sería un "horno" que coció el pan intelectual de miles de estudiantes. Ha sido la entusiasta "memoria" de los que nos entregamos a él, y el "lenguaje" de sus patios, muros y clases, donde se palpa la huella de una brega coral, alguna leve crisis y éxitos numerosos. Ha sido, y es, un bello pergamino donde se rotularon apretados quehaceres, con el aliento de unos padres preocupados por la educación de sus hijos. Y siempre fue un lugar donde se inyectó la mejor levadura doctrinal, que luego floreció en altos valores éticos, tras la siembra de fértiles viveros de energía, que harían crecer erectas las altas espigas de nuestros muchachos. Y donde se formarían, en los años sesenta, muchos hijos de emigrantes, cuya nostalgia pronto desaparecía por el exquisito trato recibido.

Han sido cincuenta años de un vigoroso caminar, y cincuenta de otras tantas sementeras, que produjeron ubérrimas cosechas de carismas educativos, enriqueciendo por dentro el espíritu de los alumnos, mientras les daban brillo a su piel. Es decir, se puso así en valor la bella metáfora del poeta Pablo Neruda , al realizar con ellos "lo mismo que la primavera hace con los cerezos".