Ya conté en abril que con la gran visión de futuro que me caracteriza, decidí hacer clásicas, ante el disgusto de mi padre, que quería que estudia hispánicas (el tiempo le dio la razón, como en tantas cosas) y de mi madre, que me veía en derecho o historia, carreras que marqué en segundo y tercer lugar en la matrícula. Ya entonces estudiar clásicas se consideraba un desperdicio si tu nota era muy buena, y como no había dobles grados ni Bolonias, todo el mundo me aconsejó elegir otra cosa, y estudiar lenguas muertas en mis ratos libres, como afición, algo típico de lo que entonces no se conocía como friqui, pero apuntaba maneras. Las perspectivas de trabajo no eran buenas, y mientras en otras asignaturas sacaban muchas plazas, en la mía nos presentábamos ciento y la madre para una o ninguna, y las interinidades cada septiembre parecían más lejos. Por fin, contra todo pronóstico, dadas las condiciones que había, aprobé la oposición y empecé mi carrera, no de profesora de latín y griego, sino más bien de asignaturas afines, pero eso es ya otra historia. Ahora vuelve a ser noticia el poco interés que la nueva reforma (y van unas pocas) dedica a las clásicas. Me parece que vuelvo treinta años atrás, y siento que estoy cansada de pelearme por causas que otros ven inútiles, pero no puedo dejar de sublevarme. Y mucho más ahora que ha muerto Rodríguez Adrados, una de las personas que más ha hecho por mantener las humanidades en nuestro sistema educativo. Le debo la lectura de Tucídides (con su traducción aprobé las oposiciones un julio tórrido de cuyo calor no quiero acordarme), y las comedias de Aristófanes, cuya lectura tan actual recomendaría a tanto analfabeto que anda suelto.

No sé en qué quedarán las clásicas, pero me temo que muchos de los iluminados que inventan reforma tras reforma siguen pensando que el latín es de curas, el griego, de raritos, y su estudio, una pérdida de tiempo. Resulta más fácil desmenuzar la literatura, convertir la maravilla de la lengua en un entramado extraño de cuadros amarillos, y considerar que las humanidades son asignaturas de relleno, prescindibles en estos tiempos en que, digan lo que digan, la formación humanística y la reflexión siguen siendo la única defensa posible.

* Profesora y escritora