No sé con precisión cuándo sucedió. No recuerdo que coincidiera con una fecha concreta ni con una hora determinada. Imagino que fue pasando poco a poco, una de esas transformaciones lentas e imperceptibles y, a la vez, continuas e inexorables. El caso es que un día me desperté y caí en la cuenta de que había sido víctima de un perverso hechizo: me había vuelto invisible. Las mujeres que han cumplido los cuarentaymuchos saben de lo que hablo. Creo que nos ocurre a casi todas. Estupefacta, observas que pasas desapercibida; aunque tengas buena memoria, te cuesta recordar cuándo fue la última vez que notaste unos ojos posados en tu escote; los silbidos que oyes a tu paso ya no son procaces, son de alguien que está llamando a un perro; y nunca más vuelves a notar una furtiva mirada de deseo. Los años le han ganado la partida a la belleza. Eso sí, nos hemos vuelto mucho más sabias: por ejemplo, ahora entendemos mejor que nunca la ley de la gravedad. Pero hay algo que no podemos aceptar, me refiero a esa idea demodé y equivocada de que la feminidad está unida a la fertilidad. Una mujer que ya ha superado esa etapa tabú de la menopausia puede ser tan atractiva, tan coqueta y tan pasional como una de veinte. ¿Qué es la edad más que una insignificante circunstancia temporal? Para hacernos visibles y sentirnos irresistibles de nuevo no necesitamos peluquerías, maquilladores, boutiques de lujo ni cirujanos estéticos, necesitamos unos ojos que nos miren (y que nos vean) y unos labios que nos regalen palabras. Cosas como guapa (vale toda su larga lista de sinónimos), planes, sueños, (nunca en singular, por favor), complicidad, locura, sí, amor... Porque como dijo Isabel Allende, para la mujer, sobre todo a cierta edad, el afrodisíaco más potente es la palabra. El famoso punto "G" está en el oído. Y yo, con permiso, añado que también está en la mirada. El que lo busque en otros lugares pierde el tiempo. Así que, ahora que ya sabéis el truco, ¡chas! haced que aparezcamos, ya es hora de acabar con el hechizo.