Son las cinco de la tarde del 6 de febrero de 2020. La iglesia de Casar de Cáceres está abarrotada. Reunir a tantos colectivos, a tantísima gente y a tantos intelectos en torno a una misma persona es bastante inusual. ¿La razón? Allí hay un maestro. Eso es lo que era, es y seguirá siendo para todos don Pedro, un maestro.

Aparte de en las escuelas, al maestro hay que verle los domingos, por las calles, en las matanzas, en las fiestas, en las celebraciones familiares, en las alegrías y tristezas de la localidad donde imparte su magisterio; y es que don Pedro asistía al bautizo del hijo o hija de un alumno, para luego darle clase, acudir a su comunión, a su boda...; y así una y otra vez, año tras año, repitiéndose el ciclo con cada nacimiento; por eso yo siempre le decía que era el maestro de la familia.

La eucaristía está finalizando. El silencio sobrecoge. Le dedico mi mejor homenaje recitando el poema de los poemas: ‘El Embargo’; señol jues, pasi usted más alanti...

Seis jóvenes portan a don Pedro en la salida del templo. El cortejo se dirige al cementerio. Nadie se va. En el caso de este maestro, todos, en silencio, le acompañan hasta el camposanto. Pasa por las Escuelas de León Leal, donde me parece ver a los niños y niñas, tras los cristales, con montones de mensajes de despedida que, abriendo las ventanas, están lanzando a don Pedro.

El sepulturero se toma su tiempo. Mercedes y sus dos hijas, muy juntas. La tristeza lo invade todo. Todo acaba, todo sigue y todos vuelven a sus localidades. Cuando por misterios de la vida se marcha un gran maestro, nos queda el recuerdo de cada cosa que nos enseñó y parece no marcharse nunca. Que descanses en paz querido don Pedro. En las tierras altas del Valle del Ambroz, en Casas del Monte, en la penillanura del Casar de Cáceres y en esta tierra parda extremeña, tan tuya y tan nuestra, siempre volveremos la cara, aunque no te veamos.

Matías Simón, Pdte. Asociación De Poetas Amigos De Gabriel Y Galán