THtace años pasé unos días en un hotel barato de Charleville-Mezi¨res, pequeña ciudad francesa próxima a Luxemburgo, Alemania y Bélgica. Allí nació el poeta Rimbaud y en una isla sobre el río hay una bonita casa museo dedicada al escritor. Pero lo que de verdad me impresionó fue la parte obrera de Mezi¨res, donde apiñados en barrios de colmenas dispersas vivían miles de obreros de la Renault y de empresas auxiliares del automóvil. Cuando estuve en la ciudad, era agosto, pero ya hacía frío y se asomaba el otoño. Me imaginaba la monotonía de aquellos obreros trabajando bajo la perpetua tristeza del cielo gris del invierno.

En Charleville-Meziéres ganó el no a la constitución europea. Cuando los analistas elucubran para explicar el no francés, pienso en un obrero de Charleville. Resulta que paga unos impuestos abundantes y sabe que parte de ese dinero servirá para subvencionar el desarrollo de países como Polonia. Pero también sabe que las empresas de su sector están trasladando las fábricas precisamente a Polonia. Para rematar su visión del entorno, sabe que si se va al paro y busca trabajo en un taller de la zona, competirá con mecánicos polacos que aceptan el empleo por la mitad de sueldo. Además, piensa que el consuelo de que el desarrollo polaco servirá para que Francia venda más productos en aquel país no le afecta porque sólo enriquece a los dueños de fábricas que no reinvierten sus ganancias en Francia, sino en Polonia. Así han razonado los obreros de Charleville. ¿Alguien duda aún del porqué de su no?