En otras ciudades sonará lo que está sucediendo en Italia. En 1966, el teólogo Hans Urs von Balthasar, de nacionalidad suiza, los llamó «las termitas» de Europa que «ciegas» iban de monumento en monumento. En el siglo XXI, año 2016, los italianos han optado por un apelativo semejante, por su intención despectiva, pero quizá algo más cínico: los nuevos bárbaros. Son los turistas low cost, un colectivo antes anhelado pero que ahora suscita desazón entre los residentes de las más bellas ciudades de Italia, en cuyos cascos antiguos se agolpan cifras récord de viajeros, no siempre respetuosos. Resultado: en el país transalpino, las protestas ciudadanas contra «la invasión» del turismo masivo se multiplican, bajo la denuncia de que se está poniendo en riesgo la vida cotidiana y también el futuro de los monumentos italianos por ese motivo.

La última ciudad en alzar la AWAKENING voz ha sido Roma, donde la polémica se ha recrudecido en los días previos a la reapertura de la escalinata de Trinitá dei Monti, inaugurada en 1726 y que se asoma por encima de la plaza de España, en el corazón de la urbe. Su rehabilitación ha durado un año y ha costado 1,5 millones de euros, que ha pagado íntegramente el diseñador de joyas de lujo Paolo Bulgari. Fue él el primero en lanzar el órdago y solicitar que, para que el monumento no vuelva a caer «en manos de los bárbaros», se tomen medidas, como su cierre por las noches, para evitar que se ensucie y dañe. El motivo, dijo Bulgari, es que durante la obras de restauración se han encontrado «chicles, marcas de café, de vino y de otras muchas porquerías» dejadas por los turistas que la visitan a diario.

Varios comerciantes de la zona le dan la razón. «Se ha llegado al punto de que ha habido días en los que se han tenido que recoger excrementos humanos depositados sobre los monumentos», dice Gianni Battistoni, presidente de la Asociación de Via Condotti. «De momento, hemos escrito un manifiesto de protesta, firmado por artistas e intelectuales como el arquitecto Massimiliano Fuksas. Pero también barajamos una denuncia ante la justicia si el Estado no nos escucha», agrega, en referencia a la negativa del Ministerio de Bienes Culturales a construir una barrera para los 137 escalones de Trinitá dei Monti, aunque sea de plexiglás transparente y solo de noche.

VENECIA PROTESTÓ / En Venecia, ya han ido más allá en este asunto. El 11 de septiembre, miles de ciudadanos salieron a la calle con carritos de la compra, en alusión al día a día que la ciudad está perdiendo hace años. «Esta no es una protesta contra los turistas, que contribuyen a nuestra economía, es una iniciativa para sensibilizar sobre lo que ocurre en Venecia, que se está convirtiendo en un parque temático», explicó Gianpietro Gagliardi, de la asociación Generación 90. «Es una iniciativa que también estamos estudiando nosotros, pues la situación está degenerando rápidamente», afirma Viviana di Capua, de la Asociación de Habitantes del Casco Urbano de Roma.

Y es que, más allá de las reacciones de unos y otros, los indicadores ponen de manifiesto cómo el turismo masivo está pasando factura a la vida cotidiana en ciudades como Venecia. Si, para regocijo de la industria turística, la famosa ciudad de la laguna hospedó a nueve millones de turistas en el 2015 y se prevé que el dato crezca el 5% este año, al mismo tiempo, la urbe de los canales se despobla de habitantes autóctonos: en 15 años, el número de venecianos ha bajado de 275.000 a 263.000. Algo que ha coincidido con el aumento del precio de los alquileres, del 2,3%, en la famosa ciudad entre el año 2014 y el 2015, según cifras del Centro de Estadísticas de Italia (Istat).

PISOS TURÍSTICOS / Entre los problemas sobre la mesa están la proliferación de viviendas particulares que se destinan a uso turístico y los bed and breakfast, que no siempre las autoridades logran que respetan las leyes. «En Venecia, en el primer trimestre del 2015, solo había registrados 200 bed and breakfast -ha explicado la Guardia de Finanzas-. En la actualidad, gracias a un plan de afloramiento del ayuntamiento, son 1.900, el 800% más».

«En Roma se trata de un fenómeno que pone sobre la mesa también cuestiones de seguridad pública y de convivencia, pues muchos de estos alojamientos no registran correctamente a sus huéspedes y no les explican cuáles son las reglas para vivir en la ciudad», insiste Di Capua, que reclama más controles y más multas a propietarios piratas y turistas maleducados y, en última instancia, una mejor gestión de los flujos turísticos por parte del Estado. Porque, afirma, «cómo tratamos nuestras ciudades es un termómetro de cómo progresamos». H