Declinó la imponente 'maiestas' del papa Pacelli, Pío XII , tras recordar sus brazos abiertos, un día aciago bajo el terror nazi, en la plaza de San Pedro. Se ocultó la estela venerable del papa bueno, Juan XXIII , quien dio aire fresco a la Iglesia, con sus encíclicas 'Mater et magistral' y 'Pacem in terris'. Se fue Montini, Pablo VI , para muchos, cima intelectual y gran pastor con su 'Populorum progressio'. Y, fugazmente, nos dijo adiós, Luciani, de sonrisa franciscana: Juan Pablo I . Un vacío laceraba al mundo cristiano, mas no zozobró la barca de Pedro, haciéndose el milagro, pues de la católica Polonia, un hombre recio y de fibra atlética, ocuparía el Pontificado. Era Wojtyla, Juan Pablo II . De prestancia física, mas con los estigmas de un ascetismo sacrificial bajo el genocidio nazi, de cuya dolorosa prueba brotó, sin duda, su grito "No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo". Y se ganó al universo, al no ser solo un papa, sino poderoso líder, al que reyes y potentados rindieron honores, fascinando a todos, especialmente con su enciclica 'Redemptor Hominis'; y, sin que le temblara el pulso, condenó la Teología de la Liberación. Hasta que, un día, la perversidad de ciertos antros políticos fragilizó, sin darle la muerte, su épico coraje. Fue como la flagelación que, un día, Jesús de Nazaret sufriera atado a una columna. Dios luego le daría la blanca palma de los elegidos: el ser mártir de una fe inquebrantable, al que dio fuerzas para sobrellevar sus amargos últimos años. Estremeciose la cristiandad y de todas las naciones se oyó un clamor de dolorida admiración y respeto.

La Iglesia, en su fecundo silencio de siglos, pero incólume en su roca de Pedro, dio paso a un nuevo Pontífice. Era imposible, se decía, que surgiese otro pastor con similares carismas. El listón era demasiado alto. A la Iglesia le tocaba caminar ahora por un momento gris. Pero, una vez más, aparecía el prodigio, ante las dudas de los cristianos que esperaban interrogantes al nuevo Pontífice, tras ser impactados por el papa Wojtyla. Vaticanistas, politólogos y gentes de diversas corrientes de pensamiento dictaron su veredicto: Bajo el baldaquino de Bernini y en los palacios apostólicos, el pontífice Ratzinger, Benedicto XVI hará su vivencia, desde una teología integrista, impregnada de las más puras esencias católicas, antes famoso profesor en Ratisbona, pero acusado, ahora, de no ser proclive al aggiornamento de su predecesor Juan XXIII. Había sido, pues, un error de cónclave, se decía, pues, ante los avances del siglo, se habría recluido en la transitoriedad de un papa interino, hasta que viniese otro en mejores tiempos.

XERA UN JUICIOx erróneo, improvisado y simplista, como luego se demostró. De frágil apariencia, beatífica sonrisa, voz dulce y algo apagada, el gesto contenido, pelo blanco y ademanes de pastor solícito, se irguió en su modestia, mientras hacía alarde de coraje cuando los vientos soplaban como en el pasaje bíblico de Genesaret. Pero pronto nos fascinó su frágil figura, capitalizando su excepcional arsenal teológico y sin dejar de reconocer las coyunturas de la época. Y fue pastor, jefe y guía de una Iglesia que no tenía su base en parámetros terrenales, sino en la roca petrina, al tiempo que tuvo la valentía de condenar y cortar la pederastia, e hizo vibrar a la juventud del JMJ, en Madrid, proyectando sus carismas de dulzura y bondad, mientras fijaba su programa eclesial con magníficos textos, descollando su encíclica "Caritas in veritate".

Han sido ocho años de pastoreo apostólico, llenos de más vívido manantío católico. Lapso temporal que, de manera abrupta, ha terminado, sin vislumbrarlo nadie, rumiando su decisión en tensa soledad, y sin la opinión de su cortejo cardenalicio; solo Dios y él, para dejar la cúpula de Miguel Angel y la columnata de Bernini, el clamor de las multitudes, el cortejo de sus obispos, la aquiescencia de las naciones. Dejando de bendecir, cada semana, a los que rezaban con él el ángelus, para abandonarlo todo y marchar a un convento de clausura, consciente de ese 'Sic transit gloria mundi' que le recordaron al quemar una estopa ante él, tras ser nombrado papa. Al final de todo: Juan Pablo II mostró al mundo su martirial despojo humano, agarrado a su dolorosa cruz, y su sucesor, el Papa alemán Benedicto XVI, va a bajarse ahora del Tabor del Vaticano a la humilde grisura de un cenobio. En síntesis: dos conceptos de papado, pero el mismo espíritu, poderosamente enraizado en un grado supremo de humildad.