La gran y añorada Anna Lizaran hizo mutis y acompañó con los gestos de la mano la música que llegaba de la platea. Representaba Agost , ¡cuatro horas para no perder el hilo! Acabada la sinfonía intrusa espetó a Rosa Renom, su hija en la ficción: "I ara no sé què t' anava a dir" ("Ahora no sé qué te voy a decir"). El público rompió en aplausos. Es solo uno de los muchos incidentes que han hecho de los móviles unos indeseados de las artes escénicas (y de la música, el cine...). El enemigo número uno de los teatros. Vayamos a por más víctimas.

Josep Maria Pou es de los que cortan por lo sano una función cuando se desata la pandemia sonora. Sonada fue su interrupción de A cielo abierto , en Valladolid, pero lo ha hecho otras veces. "Se ha de parar para que el público tome conciencia. Ignorar que los móviles interrumpen la emoción y el placer artístico es malo. Lo hacen muchos actores en Londres y Nueva York, desde Kevin Spacey a Hugh Jackman", informa el intérprete y director, que llevó su indignación a una columna de opinión. "Por favor, no vaya usted al teatro", suplicaba a los adictos al aparato. "Respéteme usted a mí y a mi trabajo; y a quienes queremos disfrutar del teatro".

El director artístico del Goya se pregunta: "¿Para qué va al teatro toda esa gente que ha de mirar el móvil cada tres minutos? ¡Es patológico! Otro signo de una sociedad enferma". Las estadísticas resultan desesperanzadoras: miramos el móvil una media de ¡150 veces! al día, según un estudio de Tomi Ahone, profesor y visionario tecnológico. "Es un problema cada vez más grave y urge una solución", reclama Pou. Y han de hallarla, a su juicio, los propios espectadores, mejor que recurrir a leyes y prohibiciones.

En el festival de Mérida

Las llamadas molestan y también los fogonazos. Cuando este julio Pou estrenó en el Festival de Teatro de Mérida Fuegos , un buen puñado de asistentes ametrallaron a las actrices con ráfagas de flases. "Es horroroso porque pierdes totalmente la concentración", afirma Cayetana Guillén Cuervo, una de las fotografiadas. "Fastidian hasta las luces cuando se abren y se consultan los móviles".

También Pep Tosar, alma del Círcol Maldà, interrumpe la acción cuando la pesadilla sonora asoma. No lo hizo en el último Grec porque la melodía se coló muy oportunamente en Allò de què parlen roman inexplorat en el momento en que se hablaba de la transformación de un mundo viejo en uno nuevo. "Lo incorporé a la obra, el hombre contestó, creo que envió un mensaje... con toda su cara iluminada. ¡Es ridículo!". Tosar se anima a hacer comparaciones: "¿Qué pasaría si los móviles interrumpieran el discurso del presidente o una intervención quirúgica de corazón?", inquiere el director y actor, que aboga por la afrenta a los responsables como solución: "Habría que castigarlos, humillarlos, ponerles focos, ¡que el resto les haga la ola!".

Lo sucedido a las chicas de T de Teatre fue de thriller . Representaban Això no és vida! , título de lo más acertado por la fantasmal cancioncilla que les amargó la comedia. Lo cuenta Carme Pla, una de las agraviadas. "Era un sábado de doblete. En la función de la noche empezó a escucharse un móvil. Siete u ocho veces sin que nadie se dignara a apagarlo. El público muy quemado se giraba hacia la butaca de donde procedían los timbres". Le echaban mal de ojo al presunto culpable. "Nosotras, aunque despistaba mucho, seguimos con la función, nos íbamos haciendo gestos, veíamos que la gente estaba muy mosqueada". Acabada la obra, empezaron las pesquisas. El acomodador lo halló por los suelos. Una señora de la sesión de tarde lo había perdido y se pasó las horas siguientes llamándose como una posesa para dar con él. "Lo que demuestra que lo tenía encendido en el teatro", resuelve Pla.

El gatillo de Pedro Ruiz

Ever Blanchet, director del Versus y del Gaudí, amplía la lista de impresentables a los propios artistas. Compartir camerino, con la adicción en alza, no es fácil. "Ha habido fuertes disputas porque mientras algún actor intenta concentrarse para salir enchufado a escena, los otros, normalmente con papeles más breves, no paran con el móvil".

Pedro Ruiz ha encontrado la fórmula para que le dejen representar en paz No estoy muerto, estoy en el Apolo . Antes de subirse el telón, dispara con su voz en off: "Al último espectador con el móvil encendido lo maté. Me quedan cinco balas. Usted mismo". Cuenta que se compró una pistola de plástico por si surgía la ocasión, pero en ocho meses no ha escuchado ninguno. A él, que no tiene internet en casa, el fenómeno tecnológico y virtual le espanta. "Nos hemos vuelto locos. Pasaremos a la historia como una gente que estamos todo el día hablando con otros que no están con nosotros. Nos venden cadenas y luego presumimos de ellas", argumenta. Cualquier acto en la platea, asegura, "saca del papel" al artista en escena. "Desde allí arriba se percibe todo. Pepe Sacristán paró una representación por alguien que comía pipas", dice.

Bassi fue más allá. Armó un cristo durante una sesión de La revelación en el teatro Alfil de Madrid. El descaro de un devoto del móvil le salió una broma muy cara. Lo cuenta así: "Fue un incidente desafortunado. En un momento silencioso se oyó un tirirí tirirí que rompía la emoción. Perdí el texto, el ritmo. Volvió a sonar el tirirí tirirí. Me acerqué al hombre, que tenía un Nokia que creía que era como el mío, uno muy barato de 30 euros. Le dije por lo bajín que lo iba a romper, como una provocación, y que luego se lo pagaba". Palabra de bufón. "Cogí un martillo enorme y lo destrocé entre el fervor del público. Era la venganza". Al final, el espectador le siguió hasta el camerino. "Le iba a dar los 30 euros y me replicó que no, que aquel era un modelo muy superior que costaba 200. Que le diera el dinero". Soltó la mosca. "¡Maldita equivocación! ¡No lo olvidaré en mi vida!". Antes de repetir el martillazo, bromea, llevará a escena un catálogo de los dichosos artilugios.

Pero el ateo Bassi asegura haberse convertido a la fe 2.0. "No todo es negativo. La guerra cambia. Las redes sociales son una buena publicidad para los espectáculos, hay que aprovecharlas". Es una nueva época, dice, y hay un futuro a la vista. "Pronto comercializarán esas gafas de Google multifuncionales con cámara, teléfono... ¿Qué haremos entonces?"