La industria tabacalera nunca ha desvelado, ni parcial ni totalmente, qué ingredientes componen un cigarrillo. El contenido de las cajetillas de tabaco no está regulado y ningún país del mundo ha logrado hasta ahora forzar a las potentes compañías productoras a informar sobre las sustancias que mezclan libremente en su elaboración. Una directiva europea, aprobada en agosto del 2002 y regulada por el Gobierno en un reciente real decreto obligará a las compañías tabaqueras que venden en España a informar al Ministerio de Sanidad sobre esos componentes.

La normativa, no obstante, no deja claro si Sanidad está obligada a trasladar a los ciudadanos esa información, que, según los médicos del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT), permitiría al fumador ser consciente de la peligrosa toxicidad que entra en combustión cuando enciende un pitillo.

INGENIERIA QUIMICA

Todo lo que ha trascendido hasta ahora sobre la composición de un cigarrillo --la presencia de amoniaco como inductor de la adicción, por ejemplo-- es fruto de arriesgadas investigaciones sometidas a innumerables presiones. "Un cigarrillo no es tabaco envuelto en papel, sino un producto de ingeniería química cuyos componentes están dirigidos a ocultar lo desagradable y potenciar el efecto adictivo", dice el doctor Joan Ramón Villalbí, miembro de la Agencia de Salut Pública de Barcelona.

La mayoría de las 5.000 sustancias químicas que componen un cigarrillo buscan crear adicción, añade Villalbí, y, de forma especial, la nicotina, su elemento principal. El efecto de la nicotina llega a los centros neurológicos siete segundos después de dar una calada. La función del amoniaco es potenciar a la nicotina, crear tolerancia (necesitar cada vez más dosis para lograr la misma sensación) y generar dependencia.