TEtn el sur de Chile ha desaparecido un lago de la noche a la mañana. Los científicos le echan la culpa al cambio climático. Pero seguro que Rajoy se la echa a Zapatero . Yo creo sencillamente que los paisajes cambian. El ejemplo más cercano lo tengo en mi pueblo, Almendralejo, que en los últimos años ha cambiado tanto que hay días en los que uno pasea por sus calles con el corazón repleto de melancolía, como un exiliado. Las calles por donde uno jugó de crío ya no son las mismas. Los bares y los cines donde uno se enamoró y dijo las primeras mentiras de amor, ya no existen. Como el lago de Chile, un día te levantas y el pueblo que conocías ha desaparecido. Aquel pequeño y asombroso pueblo se ha convertido en toda una ciudad que ya apenas se asombra por nada. Aún en los parques hay nubes de críos; pero también las frentes de los padres se han llenado de nubarrones. Sobre todo desde que el alcalde denunció que en el parque de la Piedad hay prostitución infantil. Luego la delegada del Gobierno ha hecho sus pesquisas y le ha desmentido. Admite que algo de prostitución sí que hay, pero por lo de los menores no pasa. Según sus fuentes, el mercadeo se hace solo entre adultos. Y, según mis fuentes, tiene razón. El negocio se hace entre dos adultos: el cliente y el representante del menor. El niño no abre la boca, y cuando le llega el turno de abrirla ya no puede decir ni pío porque la tiene llena de carne de adulto. Es lo que tiene la ciudad, que endurece el corazón. El arquitecto Thom Mayne dice que las ciudades se nos han ido de las manos. Pero eso mismo lo escribió Luis Racionero hace treinta años: el mundo de los bárbaros del norte se alza sobre el cadáver del viejo mundo mediterráneo. Un cadáver compuesto de lagos, paisajes y sueños que desaparecen.