Anda este mediodía Andrés tendiendo sus redes y no le hace ninguna gracia que le interrumpan. Y menos si es para que le pregunten --ya no sabe cuántas veces van-- sobre lo de Palomares. Resopla, mira hacia el entramado de hilos y nudos que tiene entre las manos y lanza una evasiva por respuesta. Ante la insistencia sobre la posibilidad de que la contaminación radiológica del suelo haya podido llegar hasta el mar, Andrés alza por fin la cabeza y responde resuelto: "Mire, yo me voy a asar una lubinita. La he cogido esta misma mañana, ¿quiere usted compartirla conmigo?". La invitación consiste en un pescado que casi se deshace en el paladar, una generosa ensalada verde, copa de vino blanco bien fresco y café. Todo un menú de reyes en pleno puerto de Garrucha, uno de los principales centros pesqueros de Almería. A 6 kilómetros de Palomares.

"Es cierto que existe una mancha de contaminación radiológica marina frente a esa costa, pero se encuentra a una gran profundidad y no representa ningún riesgo ni para los peces, ni para los humanos", corrobora Joan Albert Sánchez Cabeza vía telefónica desde su despacho en el departamento de Física de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Fue él quien dirigió, entre 1991 y el 2001, al equipo de investigadores que analizaron, dentro de un proyecto de alcance europeo, las aguas del mar Mediterráneo con el fin de determinar su salud medioambiental.

Todo apunta, agrega, a que esa contaminación detectada hace ya una década --concentrada en el fondo del golfo que forman Palomares y Garrucha, Vera y Villaricos--llegó hasta el mar "por el arrastre de sedimentos de las lluvias", que en esa zona son tan torrenciales como las que caen sobre el litoral catalán y el valenciano. "Esas avenidas de agua transportan de forma natural partículas de la superficie terrestre hacia el mar", explica Sánchez Cabeza.

Cinco veces mayor

Y entre esas muchas partículas es muy probable que haya habido alguna del plutonio que liberaron dos bombas atómicas caídas en la zona en 1966, cuando chocaron dos aviones del ejército de Estados Unidos.

El estudio, en el que participaron también técnicos del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (Ciemat), se publicó en el 2003 y en él se pudo comprobar que el plancton de la costa de Palomares, obtenido a 50 metros de profundidad, contenía entonces 2.046 unidades (milibécquerels por kilogramo de plancton secado).

La media de radioactividad registrada en el resto de áreas analizadas en el Mediterráneo occidental estaba entorno a las 452 unidades, es decir, cinco veces menos que la de Palomares. Pese a todo, se trataba, aseguraron en ese momento los autores de la investigación, de una cifra "dentro de los márgenes de seguridad" que recomienda el Organismo Internacional de la Energía Atómica.

Que la contaminación terrestre, la única de la que hasta ahora ha hablado públicamente el Ciemat, haya llegado al mar no es asunto menor, insiste Igor Parra, dirigente de Ecologistas en Acción en la zona. Es evidente, argumenta, que desde que concluyó el estudio de la UAB en el 2001 las precipitaciones, aunque exiguas, "han continuado cayendo sobre la costa almeriense, lo que significa que ha seguido habiendo un arrastre de partículas hacia el mar". Por eso, exige a los responsables científicos que extremen los controles de radiactividad marina y, en caso de que los estuvieran haciendo, informen de los resultados.

Como el pescador Andrés, que cada día llena sus redes de lubinas, doradas "y las mejores pescaíllas", Jesús Caicedo, alcalde de Cuevas del Almanzora (municipio al que pertenece Palomares), insiste en dar un mensaje de tranquilidad. "Lo más urgente es que empiece ya la limpieza de la contaminación terrestre y que los residuos se trasladen a Estados Unidos. Sin más excusas", sentencia.