Esta España que acaba de someterse a un chequeo en las urnas estrena un 2016 acosada por las dudas. Desconoce quién será su presidente del Gobierno en la legislatura que se estrena oficialmente en las Cortes el 13 de enero, si es que dicha legislatura no se limita a un puñado de votaciones parlamentarias y la repetición de elecciones generales. Que podría ser. Esta España no sabe si el todavía por unos meses jefe del Ejecutivo en funciones, Rajoy, tiene futuro en política como presidente reelegido, como líder de la oposición, como candidato del PP para otros inminentes comicios o como "jarrón chino", el término con el que el expresidente González califica a los que como él vivieron en la Moncloa.

Rajoy estrena año seguramente estresado. Motivos no le faltan. Es el ganador de las últimas elecciones, con 33 escaños de diferencia sobre el segundo, pero con escasísimas posibilidades de lograr la investidura. La mayoría absoluta que logró en el 2011 y la forma que eligió para hacer uso de ella no le ha ayudado a hacer (o mantener) muchos aliados en política. El lo seguirá intentando en los primeros meses del 2016. Busca una mayoría amplia con PSOE y Ciudadanos y está dispuesto a acompañarse de miembros de ambos partidos en su gobierno, siempre que le permitan a él seguir en la presidencia.

La jugada es complicada. El PSOE se ha comprometido ya públicamente y por escrito a votar no a cualquier intento de investidura del propio Rajoy o de otro popular que decidiera probar suerte si su jefe da un paso atrás en el último momento. Pero en el patio socialista tampoco se respira tranquilidad en los inicios del año.

Su líder, Pedro Sánchez, parece debatirse entre lo malo y lo peor, una vez que los principales barones de su partido, con la todopoderosa Susana Díaz a la cabeza, le han prohibido siquiera sentarse a negociar con Pablo Iglesias, de Podemos (68 parlamentarios detrás), si este antes no renuncia expresamente a su demanda de convocar un referéndum en Cataluña.

España, por tanto, también alberga dudas sobre cuál será el destino de Sánchez, aquel al que, después de Rajoy, ha confiado más votos. El pretende mantener el tipo y aguardar su turno para intentar un gobierno alternativo si el PP fracasa en su(s) intento(s). Con sus 90 escaños en el bolsillo --un resultado digno en un contexto convulso, según el secretario general del PSOE; muy malo, según muchos de sus compañeros, y el peor de la historia reciente del socialismo, según datos oficiales--, trata de aferrarse al sillón. Incluso, dar el salto a la bancada azul del hemiciclo. Esto es, la gubernamental.

Cónclave socialista

¿Posibilidades de éxito? Prácticamente nulas, dado que el comité federal de su partido ha aprobado un texto con el que le ata las manos para pactar con independentistas o una fuerza morada proclive al referéndum. Y la aritmética parlamentaria es tozuda. A eso hay que sumar que Sánchez ha querido asegurarse ya de que en caso de nuevas elecciones será candidato. Por eso anunció que retrasa el congreso del PSOE que iba a celebrarse a principios de año. Pero varias federaciones socialistas rechazan su estrategia. Al frente de nuevo Díaz, de quien también España ignora si quiere seguir siendo presidenta de Andalucía o, como sospecha buena parte de su partido y del mundo político en general, aspira a saltar a la política nacional.

Incógnitas judiciales

Con tanta duda, es difícil augurar qué políticas predominarán en el 2016. De momento, hay dos importantes juicios a la vista --el del caso Nóos , que afecta a la infanta Cristina y a Iñaki Urdangarin, y el de la trama Gürtel--; un grupo de refugiados esperando que se les abran las puertas y una petición de Francia al caer para colaborar más contra el DAESH. Además, hay unos presupuestos aprobados y un aviso pendiente de las autoridades europeas de que esas cuentas, elaboradas por Rajoy, tendrán que sufrir una poda de 10.000 millones para cumplir con la Unión Europea (UE).