En las diócesis que integran la provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz (Coria-Cáceres, Plasencia y Mérida-Badajoz) se da la misma realidad de la mayoría de las diócesis españolas: escasez de vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada. Es evidente que un hecho de este calado tiene un trasfondo multifactorial: no hay una sola causa, sino muchas, complejas y que no han aparecido de la noche a la mañana.

En el frontispicio podemos colocar la profunda crisis de valores que existe hoy: no se lleva el preocuparse por los demás, de los más débiles, ser colaboradores del amor de Dios a los demás y de estos a Aquel. Al contrario, se pretende quitar a Dios de nuestras vidas; para muchos ni está si se le espera, es más algunos creen que el ser humano no necesita de Dios en una sociedad autosuficiente. Pero es, al menos, ingenuo pensar que quitar a Dios del horizonte de la humanidad no implica nada para el ser humano; le afecta en todo, en mi opinión y como vamos comprobando en la situación de muchas personas.

Además, hasta ahora la familia cristiana siempre ha sido el lugar privilegiado, donde se han cultivado generosamente los auténticos valores que van configurando una vida, una entrega, una vocación para la vida consagrada. En cambio, en la actualidad la mayoría de las familias, incluso de las que intentan vivir cristianamente, no tiene en gran estima que uno de sus hijos se incline por la entrega total a Dios y a los demás, aunque otras sí que además les acompañan espléndidamente.

Otro aspecto a tener en cuenta es el fenómeno de laicismo militante, que pone en contrapunto muchas de las actuaciones de la religión, lastrando a las personas más sencillas y débiles en su formación en contra de cualquier planteamiento de vocación de entrega a Dios y a los demás. A ello contribuyen la educación y la enseñanza, reinterpretando la moral y la ética social en muchos de sus campos, no solo limitado a las clases de religión. Además, se valora poco la entrega a los demás, en una sociedad donde prevalece el individualismo atroz.

Por otro lado, los poderes públicos y lo que se publicita en la mayoría de los medios de comunicación, el hecho religioso y más lo que corresponde a la Iglesia católica ustedes saben cómo es tratado. Por citar algún ejemplo: la nueva legislación sobre el aborto, retirada de los crucifijos en todos los centros escolares, el tratamiento dado a la asignatura de religión, la poca cobertura a los servicios caritativos y sociales que atienden las instituciones eclesiales, máxime Cáritas, el tratamiento a las celebraciones religiosas católicas, etcétera.

Otro factor muy importante es la falta de coherencia en muchos de nosotros, sacerdotes y quienes viven en vida consagrada, que más que ser luz, somos sombra; en lugar de ejemplo, somos motivo de escándalo. Por ello, ya el Papa Juan Pablo II pidió perdón.

Para que esto pueda cambiar, sería muy positivo que cada uno viva coherentemente su fe, que pueda ser sal y luz conforme a lo que dice el evangelio. En pocas palabras: hacer todo como si las vocaciones dependieran de nosotros, pero convencidos de que dependen de El y nuestra colaboración. El que te creó sin ti, dice San Agustín, no te salvará sin ti.