Que David se enfrente a Goliat y gane gracias a una argucia, la pequeña piedra contra la mole, es sencillamente una fábula. Lo habitual es que el grande machaque al pequeño. Amazon es el coloso del comercio electrónico, capaz de venderlo todo, desde un tornillo a un libro, y hacerlo llegar al cliente en un tiempo récord. Es fácil decir que, entre otras muchas cosas, se trata de la mayor librería del mundo. Pero más de un librero independiente de esos que resisten hoy y siempre cual aldea gala, carraspeará frente a la afirmación. «Es simplemente uno más, no hay que tenerle miedo», dice José Luis Marín, de la librería Colón de Badajoz. Y es que en Amazon, que funciona a golpe de algoritmo y así contribuye a simplificar y unificar la oferta, el factor humano brilla por su ausencia. Frente a él, la librería, el pequeño David, se convierte en una alternativa pequeña e iluminadora, a la medida del hombre y de la mujer, de los lectores curiosos y sin prisas. Un bien cultural, en suma.

El análisis de esa resistencia, que tiene el consumo ético como principal corolario, es el corazón del último libro de Jorge Carrión, Contra Amazon (Galaxia Gutenberg), 17 artículos a favor de las librerías en un momento de incertidumbre en el que andan muy necesitadas de defensa frente a Goliat para no desaparecer. Contra Amazon se sitúa en la vía abierta por otro libro multitraducido de Carrión, Librerías, que hoy es considerado una biblia sobre el tema. ¿Cuál sería la estrategia, la fuerza, el impulso y la trayectoria de la piedra? Cuatro libreros de Extremadura, además de Carrión, han aportado sus perspectivas en un momento en el que se perciben brotes verdes para el futuro de los proyectos libreros independientes y con carácter.

Lo fácil, asegura Carrión, es echarle la culpa a la todopoderosa Amazon, pero, asegura, el «enemigo» está dentro de los consumidores que se han dejado llevar por un principio de imitación irreflexivo frente a una oferta que posiblemente no sea tal. «Mucha gente cree que los libros adquiridos vía online son más baratos, cuando en España el precio es fijo». Y si falta esa información y no existe esa conciencia, mucho menos cabe esperar que la gente de la calle relacione directamente comprar en la red con el cierre de las librerías. «Se dan casos como que un vecino se acerque a la librería de la esquina pidiendo que por favor le recojan el paquete de Amazon», cuenta Carrión, o que un lector pida una recomendación en la librería y obtenido el dato acabe anunciando que pedirá el libro en la plataforma. De ahí que Carrión dé un paso más allá y establezca una duda a modo de radical pregunta ética: ¿se puede ser de izquierdas y comprar en Amazon? Y abunda: «No hay que olvidar que con esa adquisición estás abogando por un modelo económico de precariedad, de concentración de capital millonario y de evasión de impuestos por lo que respecta a España».

Amazon, según el último informe sobre el libro y la lectura que cada año realiza la Federación de Gremios de Editores de España, alcanza un 78% respecto a las compras en internet, un canal en ascenso que hoy supone el 26% de las compras totales de libros. Hoy por hoy, sin embargo, todavía el principal canal de adquisición de libros sigue siendo la librería tradicional, seguida de cerca por las cadenas de librerías y los grandes almacenes, según el mismo informe. Y aunque estos dos últimos tienen en teoría más fuerza de resistencia frente al gigante por su capacidad de almacenaje, capaces de contar con más de 25.000 ejemplares a la venta en relación a las pequeñas con fondos muchísimo más exiguos, Carrión no les augura un futuro saneado. Su razón es que a la larga no ofrecen mucho más que la venta por internet. Así, predice una polarización extrema: por una parte la comercialización online y por otra, los pequeños negocios que en los últimos años se han ido imponiendo como modelo de singularización. Un ejemplo: la cadena británica Waterstone, que ha basado su última estrategia en dar cursos de formación a los vendedores para que puedan ofrecer conversación y prescripciones a los clientes. «Es decir, lo que hacen es disfrazar las grandes superficies con el modelo de librería indie. Y es que este tipo de locales más próximos te reconectan con lo físico y lo humano, algo que muchos buscamos después de trabajar horas y horas ante el ordenador».

Si se cumple ese vaticinio la victoria habrá sido pírrica. En el inicio de la crisis, en el 2008, España contabilizaba 7.074 librerías, una cifra que se ha reducido a tres cuartas partes en el 2016. En Extremadura no hay datos oficiales al respecto, pero los libreros han ido viendo como muchos de los negocios de antes han echado el cierre. «En Badajoz estamos cuatro o cinco librerías, pero hace días años éramos más. La gente se ha ido jubilando y no parece un negocio muy atractivo para los jóvenes. Ellos generalmente leen poco y además vivimos en una sociedad donde se quiere ganar dinero rápido y eso en una librería no suele ocurrir», afirma Marín, el propietario de la librería Colón, con 40 años de historia. «Debe ser la más antigua de Extremadura». Pero eso, insiste, «no quiere decir que nos hayamos quedado anticuados, para nada, nos hemos ido adaptando a los tiempos». Y esta es una de las claves para sobrevivir en tiempos de Amazon.

Esos ajustes en el modelo tradicional han hecho proliferar en los últimos años pequeñas, activas y coquetas librerías. «No me veía trabajando en otra cosa que no fuera el mundo de la literatura y hace año y medio decidí dejar el trabajo que llevaba desempeñando desde hacía diez años y monté mi propia librería», cuenta Mario Quintana, propietario de La Selva Dentro, en Mérida. La clave de comercios como el suyo que están florenciendo es el amor a los libros, a la cultura.

ESPACIOS DE CULTURA / Coinciden los libreros consultados en que la única forma de plantar cara a Goliat, sin caer ni en el suicidio ni en la ingenuidad, es primar las cosas que al gigante se le escapan. «En negocios como este se disfruta mucho, encuentras a gente muy afín y si quitas la parte más comercial, no es un trabajo. En una librería suceden muchas cosas, hacemos talleres, actividades paralelas, encuentros con autores... es una especie de club social», dice Mario.

Y en esa diferenciación está el secreto: «Tener una razón para que el lector entre en la librería, no solo como comprador. Convivir con internet es inevitable por eso hay que demostrar que lo que importa muchas veces es la persona casi más que el producto que se vende», añade.

Eso hace que se puedan distinguir entre librerías y tiendas de libros. «La nuestra es una librería donde nosotros elegimos los libros que traemos, no somos un algoritmo de Amazon. Nos gusta hablar con la gente, que nos cuente qué le interesa, que nos pida recomendación... Intentamos que todo el que entra disfrute. Somos, además, un punto de encuentro, de fomento de la lectura y de la cultura», sentencia Cristina Sanmamed, de Puerta de Tannhäuser, que abrió hace ocho años en Plasencia.

SOLO INMEDIATEZ / Frente a estos espacios culturales, Amazon solo ofrece inmediatez. «Si un cliente te pide un libro que no tienes es fácil que se vaya a buscarlo a internet y ahí es donde tenemos que esforzanos. Yo tengo el compromiso de que si me piden un libro antes de las 14.00 horas y lo tenemos en nuestra distribuidora, nos llega en menos de 24 horas. Muchos clientes me dicen que soy como Amazon y encima sin pagar por adelantado», ironiza Marín. Pero eso no es siempre posible. Por eso, la mayoría de los libreros intentan redirigir a esos clientes a otra librería cercana porque hay un programa informático de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (Cegal) que les permite saber dónde está. El problema, cuentan, está en las editoriales que trabajan directamente con Amazon y en los distribuidores que todavía no se han puesto las pilas. Y tampoco le ponen demasiadas facilidades las administraciones públicas, lamenta Marín. «Para servir a las bibliotecas extremeñas sacan concursos a los que somos incapaces de llegar, el último se lo llevó una empresa de Madrid. Puntúan, por ejemplo, que tengas algún empleado con discapacidad y ¿qué hago con los trabajadores que llevan décadas enla librería?», espeta Marín.

Y así sobreviven, en ocasiones a duras penas y con mucho trabajo. Es el caso de otro de los libreros extremeños de casi toda la vida, Alfonso Agúndez. Desde la librería que lleva su apellido en Cáceres, con más de 35 años, también se abre la puerta a nuevas actividades y realizan pequeñas ferias del libro en los institutos. «Nos llaman para que llevemos libros de lectura obligada o recomendada en clase pero también llevamos las novedades editoriales. Es otra salida», cuenta. Agúndez cree que salir a la calle es fundamental: «en diez días de feria del libro en el Paseo de Cánovas vendemos más libros de lectura que en medio año en la tienda. Y estamos cerca de Cánovas, pero no van allí. No sé si estarán metidos en Amazon».

Libreros extremeños relatan su lucha contra Amazon