El próximo candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno será Alfredo Pérez Rubalcaba, Carme Chacón o algún socialista tan desconcertante como lo fue el propio José Luis Rodríguez Zapatero cuando, desde los bancos de la oposición y para desespero a veces de sus compañeros de partido, combatía la ferocidad del entonces presidente José María Aznar con las palabras de un sabio chino, Confucio, fallecido hace 2.500 años: "Sé como el sándalo, que perfuma el hacha que lo corta". Así ganó este leonés de 51 años las elecciones generales del 14 de marzo del 2004, con una formas inéditas en la historia del cainismo español. De nuevo, las primarias decidirán. Algunos creen que es la hora de una mujer. Es un buen punto de partida para echar la vista atrás y repasar los siete años del zapaterismo, pues, según se mire, ayer comenzó a despedirse el primer presidente feminista de España.

Si las leyes perfilan la silueta de un país, la primera que llevó y aprobó en las Cortes el primer Gobierno de Zapatero, simbólicamente, fue la de lucha contra la violencia machista. Era tan idealista como audaz. Llevaba la discriminación positiva a tierras aún no exploradas en la península. En España, la condena para un agresor es mayor que para una agresora. Es el molde con el que está confeccionada la España legislativamente de izquierdas que dejará Zapatero. Una ley del aborto que corrige y aumenta la anterior, una ley que permite los matrimonios homosexuales, una ley de memoria histórica que por primera vez se acuerda de las víctimas del franquismo, una ley del tabaco que prohíbe el humo en los locales públicos, una controvertida asignatura de ciudadanía en las escuelas, una infrafinanciada ley de la dependencia alumbrada con la ambición con la que en su día se universalizó la sanidad pública... Bambi es un apodo de Zapatero que muy rápido cayó en desuso.

La inacción no ha sido nunca su seña de identidad. Retiró las tropas de Irak (para pasmo de los aliados de España en ese avispero) con la misma sonrisa con la que días después propondría una alianza de civilizaciones jamás gestada (para pasmo de esos mismos aliados).

Un presidente de sándalo. Es solo una humilde propuesta para definirlo. Zapatero ha parecido creer que esa estrategia, útil en el debate parlamentario, pues incluso en las peores circunstancias no ha logrado Mariano Rajoy derrotarle, era maleable, adaptable a cualquier circunstancia. Así encaró la negociación con ETA. También lo hicieron antes Aznar y Felipe González. Pero Zapatero pidió permiso. No se rebajó a calificar a ETA como un "movimiento vasco de liberación", como en su día hizo Aznar para ablandar los contactos que mantenía con la banda sin que lo supiera el Parlamento, sino que lo proclamó en público y arrancó del líder de la oposición, Rajoy, un temeroso "hay que intentarlo".

Zapatero parecía no temer a nada ni a nadie. A su singular forma de ser añadía un ingrediente nada despreciable. En un país que --dicen las encuestas-- detesta a sus políticos, el líder del PSOE jamás suspendía. Dio sus primeros pasos como presidente con una nota de 6,6 y, después de anunciar que iba en busca de una paz duradera en Euskadi, conservaba un nada despreciable cinco pelado (4,94).

Del 6,6 al 3,3

El líder que ayer anunció que no repetirá como candidato merece una nota de 3,3, según el último informe del CIS. Rajoy está peor, con un 3,25, pero esa es otra historia. Lo interesante es cómo Zapatero ha dilapidado todo ese capital de confianza. Es cierto que en su nota negativa influye, y mucho, que la media baja por la pésima puntuación que le otorgan los enemigos que se ha granjeado a medida que empujaba el país hacia la izquierda (la Iglesia, las víctimas del terrorismo, la caverna mediática, el PP por supuesto...), pero ha terminado por perder también el aliento de quienes un día le auparon en esas mismas encuestas.

Fue un desencanto que, tal vez, comenzó en Cataluña. Zapatero, en siete años, ha devuelto los papeles de Salamanca, aprobó partes del Estatut, renegoció el sistema de financiación autonómica..., pero, ¡ay!, todo ello de forma tan dolorosa que se supone que fue a costa de terminar con la trayectoria de dos presidents socialistas, Pasqual Maragall y José Montilla.

No son los únicos cadáveres que esconde en los sótanos de su política de talante. Por elegir dos simbólicos, nada mejor que Pedro Solbes y Jordi Sevilla. El primero, como ministro, le desaconsejó que repartiera premios de 400 euros a las puertas de la crisis. El segundo, como responsable de Economía del PSOE, le prometió al que entonces era su amigo que "en dos tardes" le ponía en forma en esto de las cuentas públicas.

Para desgracia de los españoles, no fue así. La hemeroteca de pronósticos fallidos de Zapatero desde que estalló la crisis es enciclopédica. Pesa tanto que, ayer, en el comité federal, el líder del PSOE decidió hundirse en solitario con esa pesada carga y dejar a quien sea su sucesor la herencia de los felices años del zapaterismo.