Pocas veces como en la vida y en la muerte de Steve Jobs se conjugan tan bien los elementos sobre los que se construye un mito, aún menos frecuente tratándose de un empresario multimillonario, una circunstancia que hace más excepcional todavía su ascenso al olimpo en medio de una situación difícil vivida por millones y millones de personas en el mundo: en puridad la gente que se siente golpeada por los efectos de la crisis, pareciera que tuviera pocos argumentos para encumbrar a Jobs, y sin embargo, si lo ha hecho.

Hay que decir, no obstante, que bienvenida sea la leyenda porque se cimenta en la historia de un personaje hecho a sí mismo a base de dos valores incontrovertibles: a base de trabajo y de contribuir a la sociedad. En solo 35 años Apple se ha convertido en una de las firmas con más capitalización bursátil del mundo, solo superada por el gigante petrolero Exxon, al que llegó a desbancar en agosto pasado. En su corta vida, Jobs consiguió hacer de la manzana un icono mundial del consumo al nivel de grandes y centenarias marcas como Coca Cola o Mercedes. El sueño americano.

Hijo no deseado de estudiantes --uno de ellos de origen sirio-- y dado en adopción a un matrimonio californiano de origen armenio, no pudo terminar la carrera universitaria, pero cuando cumplió 26 años ya era millonario. No fue el típico empresario que encontró el producto oportuno en el momento adecuado, sino un innovador que llevó hasta el público las posibilidades de las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones y que ha terminado siendo uno de los hombres más influyentes en millones de personas en todo el planeta.

Una de las características más destacables de su carrera empresarial era efectivamente la aceptación popular de sus productos, hasta el punto de que es frecuente oír de nuevo, con motivo de su muerte, que fue el creador de un nuevo mundo, en el que los consumidores de sus novedades se convertían en adictos a la misma, en adictos al deseo que connotaba la marca de la manzana mordida. Steve Jobs más bien fue un adaptador, un hombre con gran habilidad para la tecnología, para el diseño, para el márketing y más aún para crear tendencias, para detectar en cada etapa dónde estaba la demanda. Ese perfil, que no se adquiere en las academias, iba acompañado de un carácter difícil, exigente, perfeccionista, pero también hedonista e imaginativo no excesivamente compatible con las estructuras corporativas más eficientes. Es muy probable, sin embargo, que su larga enfermedad haya actuado en el interior de Apple como una especie de rodaje para este día siguiente que se ha presentado tan dramáticamente temprano.