Justo en los prolegómenos del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, ha sido investido de potestas Guillermo Fernández Vara. Este médico otrora dedicado a hacer autopsias, etimológicamente ver por los propios ojos, gobernará el timón de Extremadura y aunque navegue a babor acompañado de sus argonautas, necesitará de vientos favorables si quiere llevar esta preciada nave a puerto seguro. Como esos héroes griegos que en las noches de verano nos aleccionan desde la scaena del teatro que mandó a construir Agripa, tendrá que evitar la hibris. Ese exceso, esa arrogancia, ese temido pecado de orgullo de todo héroe, pues siempre fue causa de la hamartía, aquellos actos de consecuencias trágicas cometidas por error o atrevimiento y que siempre se pagan con la némesis, con el castigo del héroe.

Sin duda necesitará de la inteligencia y sagacidad de Prometeo para poder robar el fuego a los dioses, para alumbrar de una vez por todas a esta olvidada tierra en donde el progreso se convirtió en utopía. En plena fiesta dionisíaca por el triunfo electoral, no está de más recordarle que Camus decía que «el éxito es fácil, lo difícil es merecerlo».