Lo que sigue faltando a muchos responsables políticos de nuestro país es la capacidad de entendimiento, y de poder consensuar por un fin común. Se hablaba que en el tablero político era necesario introducir nuevos y renovados partidos, con el objetivo de cambiar inercias del pasado, poco entendibles en pleno siglo XXI. No obstante, con el mapa resultante del proceso electoral nos encontramos con la reiteración de las viejas maneras, y el persistente intento de alzarse con el sillón como conquista de poder. Porque cuando una escucha el debate entre la falta de acuerdo y consenso, todo parece incardinarse en ese poder, incluso en repartir mandatos; obviando en este debate todo lo que tiene que ver con la salud, las pensiones, la educación, el modelo de sociedad, o la geopolítica, entre otros temas, que se supone es la causa de su representación. Representando un papel que tiene que ver más con el perfil que se difunde en las redes sociales, que con programas y decisiones de gobierno que de verdad transforme la sociedad.

Lo de entenderse siempre tiene que ver con la inteligencia y con la capacidad de empatizar. Quizás en todo esto falte inteligencia y desde luego empatizar, como si todos estuvieran estigmatizado por su condición ideológica. Por este camino poco podremos avanzar. Este país ya dio muestra de lo contrario cuando se avanzó hacia la democracia empatizando sus líderes con las ideas del otro, por el bien común.

Aparte del pobre y deprimente espectáculo que se está ofreciendo con los múltiples manifiestos de estar y no estar, de entenderse y no entenderse, observamos que pasa el tiempo, y eso sí, siguen cobrando sus retribuciones, ostentando el paradigma del poder, pero los presupuestos siguen siendo los mismos, bajo una incertidumbre que lastra la economía, y esto tiene una derivada, la más importante, la afectación al bolsillo de los españoles. Consiguiendo la sensación real de falta de respeto a la ciudadanía; especialmente con el mantenimiento del privilegio de unos pocos, que dicen velar por la cosa pública, y están actuando en detrimento de la misma. No debiéramos comparar al ámbito privado, pero se imaginan que en una empresa los directivos siguen cotizándose al alza, la fábrica permanece cerrada, y las decisiones ralentizadas hasta saber si vas a ostentar la dirección, la gerencia, u otro tipo de responsabilidad.

Este país, ya en el mismo contexto de gobierno de interinidad al igual que los ejemplos previos de Italia y Grecia, parece estar abocado a un ejercicio de filibisturismo, tan lamentable como reprobable por la sociedad a la que dicen representar. La gente fue a votar, y todos deseamos que el entendimiento sea real y efectivo porque este país no puede seguir dando este lamentable espectáculo. Salvaguardando el hecho, eso sí, que continúa a pesar de la clase política.

Esta sociedad no debiera aceptar las costumbre de la resistencia como única forma de garantizar que el líder continúe, y mientras las instituciones impasibles son abocadas a una inercia que no hace mejorar la sociedad, sino que la atonta y la paraliza en todos aquellos temas que necesitan de nuevas y mejoras políticas en temas como el bienestar social, la migración, las pensiones, la despoblación, la acción de la contaminación sobre la salud, los transportes públicos, las enfermedades crónicas, entre otros temas. Aquí, por tanto, no se trata de ver o mejorar sillón alguno de un partido u otro, de si se impone el color azul, naranja, rojo o morado. Si no de si esta clase política es capaz de sentir respeto por los votantes y ciudadanos, les procura la satisfacción del entendimiento y la empatía para transformar una sociedad en favor de la gran mayoría. Especialmente de aquellos que más necesitan de la gestión de la cosa pública, porque son vulnerables a las decisiones y el paso del tiempo.