No sé si se habrá hecho viral, pero muchos habrán visto el vídeo que el pasado fin de semana circuló por las redes con los profesionales sanitarios de brazos cruzados en las instalaciones del edificio de Usos Múltiples del campus universitario vacías, donde habían sido convocados sin cita previa cientos de pacientes de edades comprendidas entre 60 y 65 años para recibir la primera dosis de la vacuna contra el covid. Estaban citados todos los ciudadanos nacidos entre 1956 y 1961 de Badajoz y sus poblados y también los de municipios de los alrededores como Pueblonuevo, Valdelacalzada, Guadiana, La Roca de la Sierra, Puebla de Obando, Talavera la Real, La Albuera, Guadajira, Olivenza y sus pedanías, Valverde de Leganés, Torre de Miguel Sesmero y Almendral. El Servicio Extremeño de Salud había tomado esta iniciativa para intentar llegar a la población de esta edad que no había sido localizada por teléfono o a través de otros mecanismos en sus centros de salud.

Era la segunda vacunación masiva que organizaba en Badajoz, en el mismo lugar, aunque dirigida a tramos de edad distintos. La primera fue todo un éxito de convocatoria, a pesar de que los usuarios se quejaron de defectos en la organización porque muchos tuvieron que hacer colas de hasta tres horas a pie quieto, mientras aguardaban que les llegase su turno. Aún así, demostraron su paciencia y su interés y lo hicieron a pesar de la edad avanzada de muchos de ellos. Sin embargo, esta segunda vacunación masiva resultó fallida. Todavía estamos esperando que alguien autorizado explique qué pudo ocurrir para que solo compareciesen el 29,5%% de los convocados. Tenían que haber acudido 2.014 personas y lo hicieron 594. Solo podemos hacer cábalas sobre los motivos de este estrepitoso fracaso, si se puede calificar así a semejante despliegue de medios para unos resultados tan mediocres. Son casi 600 vacunados, pero deberían haber sido muchos más. La culpa solo puede ser de los pacientes, claro está, que son los que deciden no acudir. Pero es muy llamativo que en la primera convocatoria, la dirigida a mayores de 70 años, fuesen 1.200 los vacunados en tan solo un día, un martes además, y cuando a los de menos edad se les cita un fin de semana, no llegan al 30% los que se deciden protegerse contra el virus. Lo ocurrido lleva a pensar que la única y real diferencia entre una citación y otra, además del tramo de edad, era la vacuna que se les ofreció.

En el caso de la primera convocatoria, la exitosa, se les inyectó Janssen a los 500 primeros y, al resto, Pfizer. En la segunda, la fallida, anunciaron que se pondría AstraZeneca y solo mencionarla es nombrar al bicho. Existen muchas dudas en torno a esta vacuna y el miedo es libre. La información y la desinformación han generado tal incertidumbre que es comprensible que haya tanta gente que, ante el dilema, prefiera reservarse para mejor ocasión, aunque ahora se queden los últimos de la cola por no haber ido a vacunarse cuando les tocaba. Por mucho que les digan que el riesgo de sufrir un trombo no existen entre los de su edad, es razonable creer que no tiene sentido que el que nació unos meses antes tenga más posibilidades.

 También ha podido influir que no se hayan enterado de que podían acudir a esta vacunación masiva sin cita, pues el SES ha cogido por costumbre publicarlo en las redes sociales, en lugar de informar directamente a los medios de comunicación y que sean éstos los que se encarguen de proclamarlo a los cuatro vientos. Está claro que la información no llega con la claridad que merece un proceso tan crucial como es la inmunidad colectiva. Hay países en los que ya se están poniendo en marcha incentivos para animar a la gente a vacunarse: desde premios en metálico, a dónuts glaseados e incluso marihuana. Sería lamentable tener que llegar a este extremo. No hay mayor incentivo que la vida: la propia y la de quienes nos rodean.