La pandemia de covid ha sacado a la luz el grave problema poblacional que padece Extremadura. Los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística -y reflejados ayer por este periódico- no dejan lugar a dudas: la crisis sanitaria va a dejarnos el saldo vegetativo más bajo de nuestra historia reciente. Ni la pandemia de gripe de comienzos del siglo XX fue tan grave, un fenómeno que puede provocar que una tendencia ya de por sí descendente se convierta en vertiginosa y sin punto de retorno. 

El coronavirus incrementó la mortalidad en Extremadura en 2020 un 15,9% respecto al 2019 (cuando fallecieron 11.261 extremeños). La diferencia en números absolutos es de 1.799 fallecimientos más en solo un año, de los que 1.072 fueron a causa del covid-19 según las estadísticas de Sanidad. Con estos números, 2020 deja la tasa de mortalidad más elevada de la serie histórica del INE, que recoge datos desde 1975. El año pasado hubo 12,3 defunciones por cada mil habitantes y en la década de los 70 la tasa era de 9 muertes por mil habitantes.  

En cuanto a los nacimientos de niños en Extremadura, tampoco se registraban datos tan bajos como los del año pasado desde hacía décadas. Los 7.352 bebés que llegaron al mundo en nuestra región en 2020 son apenas 300 menos que en 2019 (7.650 nacimientos), pero también son 2.800 menos que los nacidos en el año 2000. De esta forma, la evolución de la tasa de natalidad ha experimentado un descenso mucho más notable que en el caso de la mortalidad, pasando de los 14,4 nacidos por cada mil habitantes de 1975, a 6,94 alumbramientos por cada mil habitantes en 2020.

Las cuentas están claras: si suben los muertos y caen los nacidos tenemos un problema, pero si los primeros casi duplican a los segundos como ha ocurrido el año pasado nuestro problema es mucho mayor, el retrato de la España vaciada, de la que forma parte Extremadura, se agranda y sencillamente la hace inviable.

Con esta situación, el año 2021 comenzó con 3.980 habitantes menos en Extremadura que en enero de 2020 y eso que nuestro saldo migratorio fue positivo, (282 entradas más que salidas), un fenómeno que no ocurría desde el 2010 pero que el año pasado, con la restricción de la movilidad por el covid, volvió a darse.

"Algo tendremos que hacer aquí en Extremadura porque sin gente y cayendo nos morimos todos"

Pareciera que se estuviera dando en Extremadura la tormenta perfecta. Población envejecida que muere, crisis económica que provoca un menor número de nacimientos sumado a una maternidad cada vez más tardía y, en consecuencia, con mucha menos fertilidad provocan un saldo vegetativo negativo. Y si a ello se suma un balance migratorio negativo porque los jóvenes van a salir del territorio en cuanto cese la pandemia se acabó lo que se daba, el último que apague la luz.

De este tema no se habla en política o al menos no se hace con la rotundidad o la importancia que debiera. Es obvio que saldremos de la crisis sanitaria que padecemos, pero habrá que convenir que el serio problema poblacional que tenemos se ha agravado y que hay que poner los mecanismos que permitan ponerle freno y cambiar la tendencia. O nacimientos o emigración. O ambas cosas. Porque quedarnos como reserva india o vergel natural del resto de España no es un futuro demasiado halagüeño para las generaciones venideras. 

Hay que abordar un programa de concienciación y otro de planificación. Bienestar y comunicaciones que atraigan inversiones que generen empleo de calidad. Y luego impulso de políticas de conciliación familiar que presenten a Extremadura como una tierra de acogida pero de verdad. Estoy harto de ver a urbanitas que cambian de vida y dejan la gran ciudad para salir en televisión alardeando de lo bien que se vive en un pueblo donde hay banda ancha. Ni aparecen en las encuestas. Los números son tan fríos que desnudan cualquier retrato bucólico y, a la vista está, algo tendremos que hacer porque sin gente y cayendo nos morimos todos.