No me gusta el deporte, aunque lo practico, o procuro practicarlo, para ser más sincera. Me gusta la sensación de después, ese cansancio lento que te invade y es la recompensa del esfuerzo. Ojalá pasara lo mismo con aquellos a los que un libro les produce urticaria, y entendieran que de un libro se sale nuevo y con la mente estirada, las neuronas listas y un volumen cerebral más que aceptable.

Eso me digo cuando voy a entrar en el gimnasio y pienso en las sentadillas, los abdominales o las pesas que levantaré sin sonreír (la hipocresía tiene un límite) mientras veo cómo disfrutan los apasionados. Yo hago deporte por salud, y porque sé que después me sentiré mucho mejor y dormiré bien, pero nunca he logrado apasionarme, si acaso, cuando jugaba al baloncesto y tenía sensación de equipo. Quizá por eso soy incapaz de sentarme durante horas para ver las Olimpiadas.

Por eso y también por mi incapacidad de quedarme quieta si no es con un libro o con una buena película (y cada vez menos), no puedo pasar las tardes viendo halterofilia, natación, patinaje o esquí, ni siquiera los saltos del día de Año Nuevo, contemplados con la nebulosa del exceso y la resaca, pero comprendo que otra gente lo haga.

El héroe extremeño campeón de escalada, los otros héroes, los ídolos caídos, los nuevos...

Que se enchufe el mes de julio a los saltos de trampolín, a la natación sincronizada o a deportes que ni siquiera sabía que existieran. Forma parte del verano, de esa placidez que se siente cuando no hay otra cosa que hacer que ver el esfuerzo y el sudor de los demás, a muchos kilómetros del café con hielo y el aire acondicionado. Su superación, sus ganas, sus derrotas y sus fracasos.

El héroe extremeño campeón de escalada, los otros héroes, los ídolos caídos, los nuevos, la parafernalia de los desfiles y el recuerdo de las hazañas. A lo mejor la equivocada soy yo, que no soy capaz de sentarme a ver las mismas historias que estoy leyendo, a disfrutar con los que suben al podio, a sufrir con quienes quedan al borde de alcanzarlo, todos esforzándose en formar parte de una realidad cada vez más de ficción, en este verano extraño, en esta vuelta a la normalidad que tiene muy poco de vuelta y nada de normal, en este tiempo en que necesitamos creer en la superación y el triunfo aunque sea desde el sosiego con fecha de caducidad de nuestro sofá. 

* Escritora