Posiblemente lo único positivo que podemos sacar de esta pandemia que nos ha cambiado la vida al mundo entero, es la posibilidad que ha dado a muchos de trabajar, desde el domicilio, sin tener que desplazarse al lugar de trabajo. A través de las nuevas tecnologías podemos, desde casa, trabajar como si estuviéramos en la propia oficina, o lugar de trabajo. Con ello se ha mejorado, sobremanera, nuestra puntualidad a la hora de incorporarnos al trabajo.

Podemos aprovechar mejor las horas de sueño por las mañanas porque nos ahorramos tiempo y dinero en los desplazamientos. Incluso se ahorra en ropa porque ya no es tan necesario ir trajeado al puesto, porque con un chándal, incluso el propio pijama, nos valdría. Y el café del desayuno nos lo podemos llevar de la cocina a la mesa de trabajo sin ningún problema.

Y, si en algún momento, tenemos que hacer una conexión online con nuestros jefes o directivos de la empresa, con una camisa bien planchada y el pelo bien atusado, y bien afeitados, se nos verá la mar de presentables, incluso aunque mantengamos los pantalones del pijama y las zapatillas de estar por casa, de cintura para abajo, puestos.

Hasta aquí todo bien y todo funcionando en pro de la mejor productividad en nuestro trabajo. Pero el problema de todo este tema de trabajo online viene, paradójicamente, cuando llegan las vacaciones. Los colegios y guarderías entran en modo «puertas cerradas» y eso origina un problema a los trabajadores que todavía están criando a hijos de entre cero y cinco años de edad. Las miradas de estos jóvenes trabajadores se centran, entonces, en los abuelos, que están deseando estar con los hijos y abrazar a los nietos, aunque sea, los primeros días, con mascarilla puesta.

Recuerdo, cuando comenzaba a formar mi familia que, como trabajábamos fuera, nos ilusionaba recibir las vacaciones y llegábamos, por unos días, a la casa de los padres. Allí, durante esos días, participábamos todos juntos de un calor familiar especial. Cada minuto del día se destinaba a compartir juntos y ganar tiempo al tiempo para contarnos, en vivo, todo lo que no habíamos podido confiarnos con anterioridad.

Ahora, sin embargo, el trabajo online viene, también, acompañado de las vacaciones online. Y las vacaciones online no son como las vacaciones de antes. Lo abuelos tienen que tener preparada en casa una conexión a internet a velocidad supersónica, con un ‘router’ potentísimo y varios amplificadores de señal wifi de alta calidad para que no se quede colgado ninguno de los hijos en casa, en ninguna de sus continuas conexiones con el trabajo, durante las vacaciones.

Es necesario, también, tener habilitada una buena habitación, equipada con pequeños parques infantiles y mesas con las esquinas redondeadas para que los nietos jueguen y se diviertan durante la jornada de mañana y también la de la tarde. Y como se necesita un vigilante cuidador en todo momento, el abuelo bien puede encargarse de la jornada de mañana y la abuela de la de la tarde. Las comidas se prepararán de madrugada, antes de que los niños se despierten, si es que han dormido bien durante la noche.

Hay que procurar que los nietos no hagan demasiado ruido durante la jornada «laboral», porque podrían molestar a cualquiera de los hijos, conectados con el espacio ultraterrestre. Y así pasarán la mayoría de las vacaciones. Las confidencias de los abuelos a sus hijos tendrán que esperar para encontrar otro momento mejor. Quizás cuando los hijos vuelvan a sus casas y puedan hablarse otra vez en la distancia. 

Y es que ya lo decía el presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra, «el día que los abuelos se pongan en huelga, el mundo se para», incluso y, sobre todo, diría yo, en tiempos en que nuestro planeta, cada día menos azul, se mueve ya siempre online.

*Ex director del IES Ágora de Cáceres