El Periódico Extremadura

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Alberto Hernández Lopo

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Alberto Hernández Lopo

Un shock diferente

Los países europeos siguen con una deuda pública muy alta, con el foco en Italia y España

Solo los que tienen interés político en hacerlo niegan la proximidad de una recesión. Aún estamos discutiendo si Estados Unidos ha entrado ya en ella técnicamente (‘engañados’ por su ritmo de creación de empleo, algo que puede extrañar, propio de recesiones inflacionarias), pero es indudable que la amenaza de desaceleración se abate sobre la economía global.

De hecho, debemos ir dejando atrás la idea de un ‘aterrizaje suave’. Los distintos bancos centrales han actuado con decididas subidas de tipos de interés como forma de controlar la inflación, sabiendo que de ese modo desaceleran la economía. El matiz en esta ocasión es que la brida no está frenando al caballo: la inflación sigue al galope y, sin embargo, los signos de desaceleración se hacen evidentes. Y habrá que descontar próximas subidas, al menos en Europa.

¿Tienen alternativa los bancos centrales? La respuesta en no. Como señala el Banco Internacional de Pagos (BIS, en sus siglas en inglés) manda el convencimiento de que los beneficios a largo plazo superan los costes en corto. La llegada del shock no debe coger a nadie por sorpresa, pero menos que a nadie a los banqueros centrales, que serán capitales en su resolución y en la duración de esta crisis.  

¿Deben seguir luchando contra la inflación conociendo el coste que conlleva? Ya hemos dicho que hay escaso margen. Sobre todo si se suma a la ecuación que venimos de la recesión ‘forzosa’ de la pandemia. Como arma para combatir la depresión lógica de la demanda (y el déficit de recaudación público), se utilizó con potencia la política monetaria. Ese dinero ‘vertido’, en unos mercados que aún no habían digerido la expansión monetaria de la gran crisis, fue el inicio del proceso inflacionario en el que vivimos hoy (el conflicto en Ucrania sólo lo acentuó , no es el origen). Sin un drenaje adecuado, la inflación se convertiría en inmanejable.

¿De hecho, qué mayor preocupación que la inflación para el ciudadano de a pie? Occidente en general, y Europa en particular, se habían acostumbrado a los tipos reales a cero y estabilidad en los precios. Mercados y empresas ven con preocupación la distorsión que supone la alta inflación, especialmente la escalada de costes energéticos. Para los particulares, la inquietud se transforma progresivamente en un temor: seguir perdiendo poder adquisitivo (el ejemplo más escalofriante está cercano, un Reino Unido donde la tasa ya alcanza el 12%, sin signos de freno a corto plazo).

Cierto que, a medio plazo, se avecinan variables desinflacionistas (reducción de la demanda, final de los cuellos de botella logísticos, ajustes de precios en materias primas). No será inmediato, y en cierto modo, habrá que seguir asumiendo el impacto de la prolongación de la invasión de Ucrania. Sin tener muy claro si existirá una resolución en el corto plazo. Ni distinguir si será algo más que un parche.

Es lógico que andemos instalados en el pesimismo, a la espera de un otoño caliente. En el juego de confianzas que configura la economía global, alguno puede pensar que es una ‘profecía autocumplida’. Pensamos lo peor, caeremos en ello. No es cierto, porque el ajuste viene de una salida en falso de la situación económica post-pandemia. Las precauciones son lógicas, especialmente cuando aún desconocemos a qué tipo de recesión nos abocamos.

Con todo, existen algunas diferencias con la gran crisis financiera de la pasada época, que sirven para pensar en un dibujo distinto. El endeudamiento privado es significativamente inferior y el ahorro sigue creciendo (afectado por la inflación, ciertamente). Las consecuencias de la anterior crisis también han propiciado un saneamiento del sistema bancario. En Europa, la vigilancia y exigencias de capital han permitido un saneamiento del sector, justo para navegar en aguas turbulentas como las que vienen.

¿Permite pensar en un ajuste rápido, una recesión puramente ‘técnica’? Podría ser un ajuste en forma de ‘uve’. Existen, en cambio, riesgos latentes que hacen pensar en un horizonte distinto, al menos dos años. Los países europeos siguen con una deuda pública muy alta, con el foco en Italia y una España que no ha aprovechado ni superávit comercial ni máximos de recaudación para reducir exposición. Si se produjera una contracción del crédito en un entorno de menor margen público y destrucción de empresas y empleo, el ciclo no será desde luego corto.

*Abogado, experto en finanzas

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