El Periódico Extremadura

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Antonio Galván González

desde el umbral

Antonio Galván González

Humildad

La humildad es una virtud que deberíamos aprender a cultivar desde bien pequeñitos. Las familias y los maestros que son conscientes de ello, y educan esa arista moral, hacen un bien inconmensurable a los propios niños y a la sociedad. Porque el niño que crece envanecido y ensoberbecido acaba convertido, casi irremediablemente, en un adulto envalentonado, embravecido, de esos que creen tener más derecho a todo que los demás y que, por ello, no tienen reparos en pisotear al prójimo que osa cruzarse en su camino. 

Dado el contexto en que nos movemos actualmente, no es nada sencillo guiar a los infantes por una senda que les ahorrará caídas de caballo y podría limpiar la sociedad de ciertas conductas intolerantes y autoritarias. Pero la conciencia de la importancia de una instrucción que incida directamente sobre este aspecto concreto de la personalidad supone ya un avance que, sin duda, marcará diferencias sustanciales en la construcción de unos pilares cimentados sobre valores más humanos. 

Aunque no con saberlo y trabajarlo está todo hecho. Los chavales sufren hoy un bombardeo brutal de mensajes y lecciones que se escapan a padres y profesores. Si la importancia del círculo social de amigos y conocidos en que la muchachada se mueve es capital, los medios y contenidos a los que tienen acceso lo son de un modo del que no sé si somos suficientemente conscientes. Con las complicaciones que pueden conllevar unas compañías no demasiado recomendables contamos todos. Toda la vida ha habido gente buena y peor entre la que escoger. Pero a cómo se está moldeando a las jóvenes generaciones desde las redes no se está prestando la atención debida. Y esto, evidentemente, habría de ser objeto de reflexión no solo en tanto a lo que alude a la humildad, sino, también, a todo un abanico de asuntos y aspectos imposibles de desgranar en el espacio de una columna. Aun así, como en casi todo en la vida, si algo se ve, se aprende mejor. De ahí la importancia de la ejemplaridad en el hogar y en la escuela. Si los niños crecen entre gente presuntuosa, despótica, fatua y petulante, difícilmente van a alejarse de esas actitudes por muchos discursos que se les den. La humildad es un don que los más obtusos asocian a la debilidad. Y nada tiene que ver con ello. Porque el reconocimiento de la fragilidad y las propias limitaciones no es otra cosa que un signo de fortaleza y confianza. La humildad es un estado de conciencia que engalana a quienes tienen un sentido más profundo y exacto de su propio ser. Los humildes dudan menos de lo que son y, sobre todo, de lo que, sabiendo que el crecimiento y aprendizaje son siempre posibles, pueden llegar a ser. Esos que se creen mejores que el resto porque sí, que desprecian y minusvaloran a los demás y nunca tienen nada que aprender o corregir, pueden alzar el vuelo transitoriamente, e incluso presumir de Falcon, pero siempre acaban aterrizando de mala manera

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