El Periódico Extremadura

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Antonio Galván González

Desde el umbral

Antonio Galván González

Los ‘cuelacolas’

Para vivir sin llevar siempre los pelos de punta es muy importante tener un poco de paciencia. Hay gente que carece de la más mínima dosis de ella y se estresa o encorajina si ha de esperar su turno. Cuando el resto de los mortales nos cruzamos con este tipo de personas las detectamos rápidamente. Y no lo hacemos porque tengamos una capacidad de observación portentosa sino porque se hacen notar. A veces llaman la atención como estrategia para que quien les precede ceda su puesto sin más con tal de no oírles dar la tabarra. 

En otras ocasiones se muestran algo más taimados. Pero casi siempre se les ve venir a la legua, bien por su prepotencia, bien por sus ínfulas. A menudo no les hace falta ni abrir la boca, porque hasta su lenguaje no verbal les delata. Y en no pocas ocasiones producen más bufidos y graznidos que sonidos articulados. Cuando van al volante mascullan, gesticulan, gritan y no paran de tocar el claxon. En las colas del supermercado son capaces de utilizar el carrito como artefacto de bloqueo y embestida. Siempre acuden al médico de familia o a la farmacia con falsas urgencias que les eviten la espera. En las tiendas de barrio y en los comercios de pueblo quieren pasar por caja antes que el resto porque solo llevan dos o tres ‘cosinas’, porque han dejado la olla en el fuego y tienen que ir a apagarla ante el riesgo de explosión o incendio o por cualquier otra excusa peregrina. 

A la hora de realizar cualquier trámite burocrático exigen un trato preferencial. En bares y restaurantes espolean maleducadamente al personal para que les atienda sin la más mínima dilación. Las colas son su infierno particular, el lugar en que se cuecen en su propia salsa. En ellas se desatan sus peores sensaciones. La espera les carcome por dentro. La ira les agita hasta físicamente. Miran el reloj y el móvil sin parar. Se balancean. 

Tosen y resoplan. Emiten sonidos guturales. Invaden las lógicas distancias personales. Hacen comentarios improcedentes. Provocan incomodidad en quienes respetan el orden en la fila, en quienes esperan sentados y en quienes atienden tras un mostrador o una ventanilla. 

Circunstancialmente llegan incluso a contagiar su impaciencia a quienes se sitúan en un área cercana de influencia. Seguro que ustedes se han cruzado con alguno de estos elementos indeseables que siembran la discordia e irritación allá donde se plantan. Pululan por pueblos y ciudades desde el alba y hasta la madrugada. 

Dejan tras de sí un rastro biliar inconfundible. Y aunque habitualmente no les queda otra que aguantar mecha mientras les arde el pecho, en otras muchas ocasiones logran sus objetivos y marchan triunfantes tras embaucar a los cándidos o embestir a los lánguidos de espíritu. 

Cada victoria les da alas para no modificar una conducta incívica con la que aleccionan a unos vástagos que acaban siendo tan incorregibles como sus progenitores.

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