Espectráculo

Desde el balcón

Optimista, la escritora creía que ese «virus coronado» serviría «para hacernos más humildes» y «ponernos a pensar»

Mario Martín Gijón

Mario Martín Gijón

Ya he hablado alguna vez de la Biblioteca del Exilio, publicada en la editorial sevillana Renacimiento y dirigida por Manuel Aznar Soler, que ha realizado una ingente labor de recuperación y difusión de los textos de los escritores que, por su compromiso con la República, hubieron de abandonar nuestro país tras la victoria de Franco.

Esta recuperación, que ha sido casi siempre póstuma, ha podido ser vivida por los más longevos, aunque dista mucho de corresponderse con lo que sería justo. Aún hoy, a cualquier escolar le suena Camilo José Cela pero seguramente no Max Aub, y es mucho más posible que haya leído a Carmen Laforet que a María Zambrano.

El último libro de la Biblioteca del Exilio, Cartas a una ardilla y otros especímenes, es de una gran escritora viva, Angelina Muñiz-Huberman, ubicada habitualmente en la «segunda generación del exilio», pues nació en 1936 en el pueblo francés de Hyères, de padres refugiados de la guerra. De orígenes en parte extremeños (su abuela paterna, Angelina García, era de Villanueva de la Serena; el Huberman la autora lo tomó de su marido, Alberto Huberman, médico e investigador), Muñiz-Huberman fue profesora de literatura en la Universidad Autónoma de México, la más importante de un país donde ha obtenido un enorme reconocimiento, que contrasta con lo mucho menos conocida que es en España. Un destino compartido con muchos exiliados, en quienes se cumple lo de «no donde naces, sino donde paces».

La identidad de la autora sufrió un vuelco ya en su infancia, al descubrir su ascendencia sefardí, y la vinculación con el judaísmo, especialmente con esa rama, marcará toda su escritura. El primer libro que leí de ella, hace mucho tiempo, fue El sefardí romántico, donde aparecía como personaje Máximo José Kahn, autor al que he dedicado muchas páginas y tiempo de estudio. Precisamente conocí a Angelina en 2017, cuando presenté, en el Ateneo Español de México, en mi única visita a ese país, mi libro La patria imaginada de Máximo José Kahn. Allí estaban, entre el público, Angelina y Alberto, y ella me regaló su libro de poemas Cosas Veredes, recién publicado.

En este reducido espacio es imposible siquiera dar unas pinceladas sobre la amplísima obra de Muñiz-Huberman, en la que destacan tanto su poesía como sus novelas que recogen episodios históricos poco conocidos, como en Los esperandos… Piratas judeoportugueses… y yo. Cartas a una ardilla y otros especímenes parte de un espacio más íntimo: la ventana, o el balcón, de su piso en México, desde donde Angelina, como gustan de hacer tantas personas mayores, observa «la vida que pasa». Un día descubre a una ardilla que pasea por los cables de la luz. Su grácil y temeraria movilidad la fascina y quiere convertirla en su mensajera para que le cuente lo que ella no puede ver.

Así empieza una correspondencia a la que se irán sumando otros destinatarios, como un adolescente drogadicto, que despierta a la autora indignación y compasión a partes iguales, distintos pájaros, los inevitables gatos, «los muertos que ya no pasan por la calle» o una «Tú» ya fallecida, con la que la autora discutió y lamenta no haber podido reconciliarse. Sus rutinas cobran un significado distinto con la aparición del coronavirus (el libro se comenzó en diciembre de 2018 y se terminó en junio de 2021): de repente, el mundo está confinado y, lo peor, en la absoluta incertidumbre.

Optimista, la escritora creía que ese «virus coronado» serviría «para hacernos más humildes» y «ponernos a pensar». Meses después, constata desencantada que el virus no dejó lección alguna, que «nadie aprendió» y el virus «se fue a un rincón: a reponerse de su inutilidad». Todo lo contrario a la lectura de estas cartas, de una sensibilidad y reflexión que nos dejan huella.

* Escritor

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