Desde el umbral

Deshonra

Protesta por la investidura de Sánchez

Protesta por la investidura de Sánchez

Antonio Galván González

Antonio Galván González

A colación de alguno de los temas de máxima actualidad que han copado titulares y horas de radio y televisión durante las últimas semanas y meses, y al ver a algunas personas, que han ostentado altas responsabilidades en determinados territorios, haciendo y diciendo según qué cosas, uno no puede dejar de plantearse hasta qué punto merece la pena comulgar con ruedas de molino, aguantar carros y carretas, y perder la dignidad y la honra por el mantenimiento de un cierto estatus económico o una posición supuestamente privilegiada. Hay muchas cosas en la vida que fluctúan, que van y vienen, que oscilan, que aparecen y desaparecen, que se cimbrean, que mutan, que se transforman, que se tienen y se pierden. Pero cuando se dilapidan la dignidad o la honra, difícilmente se recuperan. Y venderlas, alquilarlas o arrendarlas a quien ha demostrado una falta total de límites morales y una ausencia absoluta de escrúpulos, cuando, además, se ha hecho gala de ellas a lo largo de tantos años, es darse poco a valer y traicionarse, de la peor manera, a uno mismo. Y no duden de que esa es la peor traición que puede haber, la que más duele y la que más cuesta digerir: la que cursa uno mismo, por un condicionante circunstancial o una apetencia puntual, contra el propio yo. Por lo general, esas personas que se traicionan a sí mismas, cuando reparan en lo que han hecho (porque acaban haciéndolo), sufren bastante. Porque se dan cuenta de que no merecía la pena cambiar de forma de ser, modificar un modo habitual de proceder o abandonar todo aquello que defendieron y propugnaron, lo que les dio prestigio y reputó respeto, únicamente por el mantenimiento de una posición social, por una aspiración de poder insondable o por la conquista de una meta que acaba no conduciendo a ningún destino claro.

Recobrar la nítida percepción de la realidad, después de hallarse en una cumbre desde la que lo verdadero aparece difuminado, puede conducir a un cierto colapso mental y moral. Pero eso, aunque doloroso, puede curarse y superarse

Recobrar la nítida percepción de la realidad, después de hallarse en una cumbre desde la que lo verdadero aparece difuminado, puede conducir a un cierto colapso mental y moral. Pero eso, aunque doloroso, puede curarse y superarse. Sin embargo, la persistencia en el error, el desajuste continuado, la desvirtuación del yo prolongada, puede llegar a dañar tanto, hasta de manera inconsciente, que termine convenciendo a la persona de que su verdadero yo es el que abandonó la honra y la dignidad, y no el que hizo bandera de ellas. En esas andan ahora algunos, presumiendo de eso mismo frente a lo que siempre dijeron rebelarse. Y, probablemente, aún se asomarán al espejo y aguantarán la mirada... Al final, serán las principales víctimas del embuste, aunque hoy no lo parezca. Porque en los recovecos de la conciencia siempre acaba depositándose hasta un mínimo poso de culpa. Y la vida suele ser lo suficientemente larga como para que no se pueda obviar algo así por siempre.

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