Desde el norte

Acoso escolar aún en las aulas

Cada día perdido cuenta y es una suma de sufrimientos para la víctima y sus familiares

Raquel Rodríguez Muñoz

Raquel Rodríguez Muñoz

No sé si seré pesimista o realista, pero lo que puedo decir por mi experiencia es que el acoso escolar no está controlado hoy día. Por mucho que las administraciones educativas se escandalicen cada vez que se lleva un caso a los medios de comunicación, por mucho que sea cierto que se ha mejorado y se han dado pasos para erradicarlo, sigue vigente y lo demuestran las familias que siguen recurriendo a las denuncias públicas en busca de una solución definitiva o, por desgracia, los casos de suicidio en los que después se sabe que la víctima sufría acoso escolar.

Hablando con los afectados, parece que el modus operandi siempre es el mismo. Primero, la lentitud a la hora de aplicar los protocolos y, después, la falta de eficacia de estos. Porque un castigo por sí solo, aunque sea una expulsión temporal, no sirve para nada si no se actúa en la raíz del problema. 

Es decir, el abordaje debería ser multidisciplinar y debería estar implicado, no solo Educación, sino también los Servicios Sociales y, si me apuran, la Fiscalía de Menores.

Porque todo caso de acoso escolar puede ser un infierno para quien lo sufre, pese a haber niveles, desde la agresión verbal o el acoso psicológico, hasta el físico. Todo duele, todo necesita una solución y, lo que es más importante, con urgencia. Cada día perdido cuenta y es una suma de sufrimientos para la víctima y sus familiares.

Entre que se empieza por el son cosas de niños y se sigue por la investigación pueden pasar semanas, en las que el dolor físico y psicológico se va acrecentando. A veces parece que los centros educativos o las instituciones no son conscientes del problema, falta en muchas ocasiones empatía y sobra burocracia.

Como decía, se necesita un enfoque multidisciplinar, con unos Servicios Sociales que intervengan con el acosador y su entorno para intentar que frene la conducta. Según cuentan las familias, lo que se suele hacer es tener más vigilada a la víctima, envolverla en una burbuja, lo que la revictimiza y casi puede ser humillante porque no la deja comportarse libremente.

No se actúa sobre el agresor, que si pierde a una víctima, puede buscarse a otra y vuelta a empezar. Además, la atención psicológica se centra en el acosado, cuando también la necesitaría el acosador. Lo que está claro es que el sistema falla y su revisión es urgente.

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