Opinión | Tribuna

El tiempo de Eurovisión

No todo el mundo está preparado ahora para disfrutar de un festival de la canción, que tanto ha significado para nosotros

Rosa en Eurovisión.

Rosa en Eurovisión. / EL PERIÓDICO

Que el tiempo pasa para todos y para todo es una realidad empírica de la que hablan los filósofos, y que nadie puede discutir, por mucho que pueda no gustarnos. Incluso para aquellos que, desde que cumplen cierta edad, dejan de mirarse al espejo para no contemplar la evidencia, incluso para ellos, la sabia naturaleza les envía mensajes para que no olviden la edad que tienen.

Ya, en cuanto cumplen cuarenta, les da un aviso a través de la vista, porque cuanto más se acercan para leer un texto, más borroso lo ven todo. Otra simple señal es la sencilla tarea de atarse el cordón de los zapatos o zapatillas de suela blanda. La barriga cervecera, para ellos y ellas, hace de cojín que les impide llegar con facilidad a los dichosos cordones que, además, están entrelazados de una manera extraña y no como ellos aprendieron a atárselos en aquella ya lejana escuela de primaria.

Otra señal es esa envidia sana que sienten cuando ven a los nietos que rondan los 6 y los 7 añitos y que se les empiezan a mover los dientes. Se les caen y enseguida los reponen por otros nuevos y mucho más grandes y fuertes que los primeros. No pueden evitar pensar en aquellos dientes de leche que ellos hace tantísimo tiempo que perdieron. Y, aunque no quieran saberlo, el tiempo sigue pasando dejando señales a su paso, porque, de la noche a la mañana, comienzan a cojear sin razón aparente, y si quieren lanzarse, porque tienen prisa, a una pequeña carrera, sus piernas no les permiten algo más allá de un trote cochinero. Y se preguntan con frecuencia el día de la semana en que viven, porque se les olvida, y, si en realidad lo saben, es por las pastillas que les van quedando en el pastillero que rellenaron el domingo por la noche.

Y ahora la naturaleza sabia envía otra señal del paso del tiempo en forma del Festival de Eurovisión. Y es que no todo el mundo está preparado ahora para disfrutar de un festival de la canción, que tanto ha significado para nosotros. Yo no me resisto a que deje de gustarme y este año, de nuevo, saqué de internet la lista de las canciones para emitir nuestro voto particular en casa. Nos habían dejado nuestros hijos a nuestros nietos con nosotros. Les preparamos un sándwich de jamón y queso, mientras iban desfilando grupos que mezclaban sus componentes con colores y haces de luz entre los que saltaban y gritaban más que cantaban.

Cuando aparecían con vestuarios demasiado raros, tapábamos los ojos a los nietos. Hasta que llegó la canción de Irlanda. Acostumbrados a las maravillosas baladas de amor de Johnny Logan de otros tiempos, irrumpió en la pantalla la extravagante BambieThug, con la canción “Doomsday Blue”, acompañada de su compañero, que a nosotros nos pareció que era un retrato del mismo diablo. Al enterarnos de que habían censurado a la intérprete por aparecer imágenes pornográficas en sus temas y que practicaba brujería neopagana con hechizos y maleficios, la abuela hizo una señal y, al punto, acostamos a los nietos. Entonces me di cuenta de que nuestro tiempo había pasado. ¡Nos habíamos hecho ya demasiado mayores para ver el festival de Eurovisión! n