Opinión

El profesor

Habíamos adquirido el deseo de saber y las ansias por aprender

DOS JOVENES ESTUDIANTES SE ABRAZAN ANTES DE ENTRAR EN CLASE

DOS JOVENES ESTUDIANTES SE ABRAZAN ANTES DE ENTRAR EN CLASE

Aprovechando que las altas temperaturas invadían, prematura e inesperadamente, nuestra región extremeña y echaban por tierra, ya casi definitivamente, aquello de que «hasta el cuarenta de mayo no te quites el sayo», elegí la última semana del mes que da paso a junio, para viajar hasta León, a visitar a un profesor que me dio clases en el instituto, hace ya más años de los que yo quisiera. Fue Don Maurilio, mi profesor de latín, quien, además de hablarnos del idioma que hablaban los romanos, nos enseñó a entender la educación y la vida de una manera muy diferente a la que entonces estábamos acostumbrados.

Recuerdo muy bien las clases que nos impartía casi a mediados del mes de octubre, que era cuando empezábamos el curso. Sentados en corro, a lo que nosotros no estábamos acostumbrados, nos invitaba a todos a pensar en lo que recordábamos de los conocimientos de su asignatura, que habíamos aprendido el curso anterior. Y allí que nos poníamos todos a pensar, y nos dábamos cuenta que, después de un tórrido y largo espacio de tiempo, lleno de aventuras veraniegas e inolvidables noches de verbena en pueblos vecinos, dando rienda suelta a todo tipo de alegrías de juventud, nos dábamos cuenta, digo, que no recordábamos nada de lo que habíamos aprendido durante todo el curso pasado. La siguiente propuesta que nos hacía el profesor D. Maurilio era que pensáramos todos en los chicos y chicas de nuestro pueblo que no estudiaban, y que, por causas diferentes, no hubieran salido del pueblo a estudiar. Efectivamente nos pasaban por la mente aquellos amigos que se quedaban en el pueblo y no salían de él para ir fuera a estudiar. Nos invitaba entonces nuestro profesor a intentar ver las diferencias que había entre nosotros, estudiantes, y aquellos que no estudiaban, habida cuenta que ellos no habían adquirido los conocimientos y a nosotros se nos habían olvidado los que habíamos adquirido. No debería haber, pues, diferencias entre nosotros.

Aunque no recordábamos nada del curso anterior, habíamos consolidado dentro de nosotros mismos el verdadero poso de la educación. Y fueron esas ganas por saber y por querer buscar y encontrar el conocimiento, lo que D. Maurilio nos transmitió en nuestras mentes de adolescentes.

Sin embargo, poniendo nuestras ideas en común, llegábamos todos a la conclusión que sí, que había diferencias entre nosotros. Y grandes diferencias, porque, a la hora de relacionarnos con los demás, habíamos adquirido unas técnicas y unas habilidades sociales que nos diferenciaban de aquellos que no las tenían. Habíamos adquirido el deseo de saber y las ansias por aprender. Y, aunque no recordábamos nada del curso anterior, habíamos consolidado dentro de nosotros mismos el verdadero poso de la educación. Y fueron esas ganas por saber y por querer buscar y encontrar el conocimiento, lo que D. Maurilio nos transmitió en nuestras mentes de adolescentes.

Me costó quitarle el don y tutearle, pero debo decir que, cuando él me lo exigió, no noté ninguna diferencia en la confianza entre nosotros y entre el respeto y admiración que le profeso ahora y que antes le profesaba. Ahora, él y su mujer Milagros, han sido los mejores anfitriones en su tierra leonesa.

Y ahora que los estudiantes están preocupados y ocupados por las pruebas de la EBAU, es cuando recuerdo al profesor, y les digo a ellos que no se preocupen porque, claro que hay que repasar un poco, pero todo lo demás, lo más importante, está ya dentro de ellos mismos. n

Suscríbete para seguir leyendo