En el Cachón de entonces, claro, que nada tiene que ver con el de hoy, se llevaba a cabo. Ha sufrido tantas transformaciones en las últimas décadas que ya, sólo las fotos y el recuerdo que aún mantengo vivo, demuestran cómo era.

Hace aproximadamente treinta años los pies del Puente de Trujillo y el río Jerte eran el lugar idóneo para realizar las transacciones comerciales. Cada quien acercaba, no sin dificultades, sus mejores ejemplares de animales domésticos y utensilios, personales, para la labranza, la casa o el ganado, constituyendo la más importante fuente de avituallamiento y progreso para los pueblos de las comarcas vecinas.

Tratantes, vendedores y compradores se daban cita cada martes aprovechando una de las ocasiones de crecimiento personal y familiar por entonces.

El sonido de los animales se mezclaba con el de los hombres, que a primera hora de la mañana recorrían el mercado para ojear la mercancía e ir descubriendo las necesidades de otros para intentar beneficiarse lo máximo de la oferta y la demanda y llevarse para casa la cartera bien llena, o, al contrario, vacía pero con el mejor caballo, becerro o cerdo del plantel y, de paso, unas almendras garrapiñadas para la esposa y algún obsequio para los hijos (nunca olvidaré mi primer botijino de barro). Duros tiempos aquellos y nos quejamos de estos, ¿verdad?

Hoy es diferente y lo que de aquello queda, sobrevive en la Plaza Mayor semanalmente y su espíritu sigue vivo gracias a la perenne presencia de los comarcanos que continúan con la tradición de elegir este día y no otro cualquiera, para hacer sus compras.

¿Qué mejor manera para recordar algo que volver a pasarlo por el corazón?, como significaba Platón este término. El modo de hacerlo es celebrar nuestro Martes Mayor, declarado Fiesta de Interés Turístico Regional, cada primer martes de agosto y rememorar la importancia de Plasencia como centro de transacciones comerciales desde su fundación en 1186.

Cambiará, como las personas, pero la esencia se mantendrá por muchos siglos que pasen, porque todos sabemos que sin tradición no existe civilización y la única forma de mantenerlas es transmitiéndolas a las generaciones presentes y futuras. Visionario Sorolla que supo ver y plasmar su eternidad.