Segundo jefe de cocina del restaurante Albalat, lleva cuatro años en este local referente de Cáceres al que llegó de prácticas cuando acabó la Formación Profesional en Gastronomía, en la Universidad Laboral. Empezó de ayudante y su evolución es el reflejo de lo que logran muchos jóvenes de nuestra tierra: la constancia y el empeño en el aprendizaje por observación para alcanzar los objetivos propuestos. Y todo ello con su madre de la mano, el faro que le guía y que ha enseñado a Andrés Cano Ceballos que siempre hay que entregar lo que uno tiene a los demás sin esperar recibir nada a cambio.

-Vemos filas enormes para comer en franquicias de hamburguesas, todo acompañado de bebidas con azúcar. ¿Extremadura está lejos de la dehesa y cerca de Estados Unidos?

-Deberíamos hacer más por conocer nuestra tierra y nuestros ricos productos. Es verdad que fuera de la región empieza a sonar con cada vez mayor fuerza este paraíso que poseemos en el campo de la gastronomía y en el mundo del turismo, creo que hay que seguir potenciando que disponemos de una calidad excepcional para comer muy bien y sano.

-¿Qué ofrece de especial Albalat?

-El objetivo es que el cliente salga feliz tras la comida, que pase un buen rato en un ambiente donde prime la hospitalidad. La cocina se basa, sobre todo, en alimentos extremeños y de temporada, tratando a las personas lo mejor posible y llevando la gran variedad de platos a su máxima expresión.

-¿Cocinar para los demás es una forma de expresar amor?

-Rotundamente, sí. Es amor, amor a los demás, amor propio y amor por la cocina como tal.

-¿Y qué hace falta para ser un buen cocinero?

-La clave es que te guste. Se trata de un oficio sacrificado, duro y bonito, pero si lo realizas con gusto y cariño se lleva mejor. Es importante conocer técnicas, métodos, recetas, y a partir de ahí, dejarse llevar. Ahora me encargo de las carnes y uno de nuestros platos estrellas es el solomillo de ternera de Discarlux, con un medallón de fuá y un meloso de PX.

-¿Qué restaurantes le entusiasman?

-Los que cuentan una historia, donde las personas están en armonía con su tierra y la cocina se vive en primera persona. Siento la necesidad constante de probar cosas nuevas.

-De los postres que tienen, ¿cuál le recomendaría a los lectores?                                 

-Elaboramos una tarta de queso al horno, la preparamos con queso de cabra de Zarza de Granadilla, le da un toque muy potente, queda sabroso, y lo mezclamos con lo dulce.

-¿De pequeño jugaba a cocinitas?

-Siempre estaba por la cocina pululando viendo a mi madre y mi padre cocinando. Me encanta el aprendizaje por observación. Es algo que pongo todavía en práctica.

-¿Qué le centra en la vida?

-Mi madre, Isabel. Ella es el faro que me guía. Se lo digo infinidad de veces, ella es un ejemplo de superación y lucha diaria. Me enseña cómo ayudar y cómo escuchar a los demás sin pedir nada a cambio.

-¿Por qué la gente joven ya no va a casa del vecino a pedir sal?

-Es algo que nunca debería perderse, pero estamos muy recluidos, más asociales. No tenemos tanta confianza como se tenía antes con los vecinos, con los que compartías mesa.

-¿Donaría su cuerpo a la ciencia?

-Sin problemas. Será la ciencia la que se encargue de ver si hay algo o nada valioso. Pero como concepto, sí, claro.