En pleno debate sobre el futuro del Embarcadero en Aldea Moret, Marce Solís, que formó parte durante seis meses del primer equipo que gestionó la antigua nave minera, expone las claves para dar vida a un coloso que costó 6 millones de euros. Apuesta por la autogestión como la mejor fórmula.

--¿Cómo entró en el edificio?

--Me llamó Víctor Santiago Tabares cuando era concejal para pedirme que acercara el barrio al Embarcadero y metiera el barrio en el Embarcadero. Casi lo conseguimos. Por eso estoy más frustrado, porque se ha paralizado. Me entrevisté con todos los colectivos, desde los gitanos a la tercera edad. He trabajado en muchos proyectos públicos, pero nunca he visto una paralización tan radical. Es un error del actual gobierno municipal no haber aprovechado lo que se hizo antes.

--¿Qué les dio tiempo a hacer?

--Decirle al barrio que tenían un espacio para ellos. Hicimos proyectos como el Matadero de Madrid o el Neimeyer de Avilés. Al primero no iba nadie hasta que hicieron un huerto, que repetimos nosotros. Es lo único que sigue porque los vecinos lo cultivan. Con los gitanos, un taller de cajón. Montamos la exposición 'El barrio soy yo', con más de 100 vecinos.

--Pero ahora el ayuntamiento plantea ceder espacios a cambio de hacer actividades...

--Es un error. Un espacio público no se puede ceder para que se haga lo que se quiera. Debe tener una dirección. Tal y como están las cosas, el ayuntamiento intenta que no le cueste un duro, pero debe tener una coordinación y un diseño de actividades.

--Entonces, ¿cuál es el modelo?

--Creo en la autogestión con modelos ya consolidados como el de Tabacalera en Madrid, que ha funcionado muy bien. Es un espacio del Ministerio de Cultura. Empezó con una asociación cultural. Se lo cedieron con una pequeña ayuda y ellos programan actividades. Se mantienen cobrando una entrada o con la barra del bar. También dan talleres y, si quien lo hace está en paro, puede cobrar a los que participan o si no los da gratis. De esos modelos hay en Sevilla, Santander, Bilbao o Barcelona. En el Embarcadero podría funcionar.

--¿Cree que el Embarcadero puede alternar el uso para empresas con el cultural?

--Lo veo incompatible. Dudo de que esté preparado para el uso burocrático y la actividad cultural. Por ejemplo, por el ruido. Se oye todo si alguien está haciendo una gestión administrativa y hay alguien ensayando a la vez.

--¿Con qué sensaciones se ha quedado tras dejar la gestión?

--Hemos trabajado duro. En la primera reunión que tuvo el concejal Jorge Carrasco con nosotros no nos preguntó qué habíamos hecho. Ni a mí ni a los vecinos. Nadie me ha pedido nada, sobre todo teniendo en cuenta que mi proyecto era el que más le podía interesar al ayuntamiento. Decían que querían mimar a Aldea Moret. Estaba pensado para los vecinos.

--¿Y el resto de la ciudad? ¿Ha ido al Embarcadero?

--Conseguimos que la gente se acercara, incluso paseando. Hay muchos edificios que están sin programación propia, con programación ajena, ya que solo vienen espectáculos a taquilla. No tienen, como antes, una línea de programación ni una dirección. Es verdad que no hay dinero, pero se pueden buscar alternativas.

--¿A cuáles se refiere?

--La autogestión, que debe venir por parte de los vecinos. Aldea Moret es un barrio emprendedor. Hay una asociación de amas de casa. Me costó mucha convencerlas. Tenían recelos hacia el ayuntamiento, logramos que se aplacasen y se dieran cuenta de que ese espacio era suyo.

--¿Cómo valora la proyección exterior del Embarcadero?

--Es un referente. A la gente de fuera a la que se lo he enseñado le ha encantado. Es un edificio que tiene historia. Hay un poblado minero que es un patrimonio cultural importantísimo, que hay que cuidar más. El Embarcadero supuso la base para empezar a rescatar ese pasado minero. Hicimos una exposición en la que los vecinos aportaron fotos y herramientas. Fue muy emotivo.