Era vecino del barrio, algo más joven que yo. Siempre me sorprendió su extrema tozudez y su estoicidad para afrontar lo que se le venía encima una y otra vez al desobedecer a su progenitora, cuando le conminaba a que se alejase de su lugar preferido, un tramo del arroyo Casas, cercano al bloque donde vivía.¡Francisco! -gritaba ella desde el balcón de las escaleras en el segundo piso- ¡sal de ahí o bajo!, él ignoraba las primeras llamadas y ante la insistencia de su madre agachaba la cabeza y negaba moviéndola de un lado a otro.Después sucedía lo de siempre, la Sr. M..., bajaba encrespada y se lo llevaba por una oreja, mientras que con la mano libre, le calentaba a placer las nalgas.¡Hijo, eres un cochino y un mogarro, yo no se que voy a hacer contigo!Al cabo de una o dos horas, le veías que volvía a dirigirse de nuevo al lodazal, impecable, con las canillas rojas de los restregones que le había dado la mano materna con estropajo bien impregnado en el jabón del lagarto, una tarea realizada sin contemplaciones.En invierno cuando el arroyo corría alegre, solía plantarse en el borde superior del cauce y se quedaba largo tiempo observando el paso de la corriente y lo que arrastraba, a veces un pato de la Sra. Meña.ESPLENDORDurante el estío, cuando más parecía un regato que otra cosa y los efluvios eran difíciles de soportar por las altas temperaturas, en el lecho, se mantenía embobado mirando las evoluciones de las libélulas, gusarapos y otros habitantes que había en la zona.Me atrevería a decir, que todos los que hemos morado cerca de este arroyo o de su afluente, la Sensa, hemos sentido una cierta atracción hacia ellos y su fauna. Pero el influjo que tuvo sobre Francisco aquel trozo de ecosistema junto al puente de la vía, es difícil de igualar.Espero, que algún día sepa decirme el porqué.