Sir Peter Ustinov, uno de los personajes británicos más polivalentes y respetados del mundo del espectáculo, la cultura y la diplomacia, falleció el pasado domingo en su domicilio de Ginebra, a los 82 años de edad.

Casado en tres ocasiones y padre de cuatro hijos, Ustinov ejerció su carrera como actor durante seis décadas y participó en medio centenar de películas y en numerosas series de televisión.

Entre otros muchos premios, logró dos oscars como mejor actor de reparto: en 1961 por Espartaco, de Stanley Kubrick, y en 1965 por Topkapi .

Ustinov murió de un ataque al corazón, según informó su familia, aunque su salud era frágil desde hace tiempo. "No ha sido una sorpresa. Llevaba un tiempo enfermo", declaró a Reuters su hijo Igor Ustinov.

NERON Uno de sus papeles más populares fue el de Nerón en Quo Vadis? (1951). Otro fue el detective belga Hércules Poirot, que interpretó en varias adaptaciones al cine de las novelas de Agatha Christie, entre ellas Muerte en el Nilo (1978).

"Peter era un profesional. Podía recitar las frases más aburridas y hacerlas interesantes. Era el mejor mimo que he conocido nunca y podía hacer cualquier cosa con la voz. Era muy divertido", declaró ayer el director británico Michael Winner.

Hombre polifacético, intelectual, viajero y muy cultivado, además de actor, Ustinov fue novelista, articulista, dramaturgo y guionista. En sus apariciones teatrales interpretó casi siempre obras que él mismo escribió. También hizo documentales para televisión sobre la vida en Rusia y en China, grabó programas de radio y dirigió películas, así como muchas óperas que estrenó en Londres, Hamburgo, París, Milán y Salzburgo, entre otros templos de la lírica.

Fue, además, un coleccionista de pintura de los grandes maestros, un jugador de tenis obsesivo y un apasionado de la náutica. La flexibilidad e internacionalismo de su forma de ser tenían mucho que ver con sus propios orígenes.

Hijo único de un matrimonio ruso Peter Alexander Ustinov fue concebido en Leningrado, aunque nació y creció en Londres. Gran maestro de ceremonias, podía comunicarse con el planeta entero a través de la palabra, la mímica y el humor. "La risa es la música más civilizada del mundo", declaró el año pasado.

Todas esas dotes y su vocación humanitaria fueron de extraordinario valor cuando en 1971 fue nombrado embajador especial de Unicef y recorrió más de 30 países trabajando a favor de los niños más necesitados. En una ocasión le preguntaron cuál sería su epitafio ideal. "No pisen la hierba", respondió.