Es una hormiguita. Todo en él es sonrisa. Pasea, se entrena, corre, habla, se entrena, enseñando todos sus dientes. Sería el mejor anuncio de cualquier dentrífico. No es simpático. Bueno, sí, mucho. Es más que simpático, es feliz. Se reconoce un privilegiado y ha peleado mucho, mucho, por tener, por fin, no solo un buen equipo, sino un mejor maestro, Sito Pons, y el más extraordinario y experto de los técnicos, el mismísimo Santi Mulero, el mecánico de Pons de toda la vida, aquel que le convirtió en bicampeón del mundo de dos y medio. Pues ese, Mulero, es el que ahora prepara, con mimo y cariño, la Aprilia de Nicolás, Nico, Terol, que ayer ganó, de cabo a rabo, el segundo gran premio de su vida.

El primero lo logró, nada más y nada menos, que en Indianápolis el año pasado. Ha estado a punto de ganar otros, pero el de ayer se lo arrebató a Julito Simón, que, tras no poder superar a Nico en la primera parte de la última vuelta ("la moto de Nico aceleraba mejor que la mía", dijo Simón, en una clara referencia a las manitas de Mulero), se conformó con el segundo puesto que le permite, casi, casi, convertirse, en nuevo campeón del mundo de 125cc, ya que aventaja a su inmediato perseguidor, precisamente Terol, en 64,5 puntos. "Realmente", dijo Simón, con su señorial estilo, "Nico se ha merecido la victoria porque ha estado tirando de todos desde el inicio".

"He tenido el mejor fin de semana de mi vida, seguro", indicó el joven piloto de Alcoy, de 20 años. "Desde el primer entrenamiento me he sentido muy cómodo en este trazado y con mi moto, así que, en cuanto se apagaron los semáforos, pensé ´tira y el que pueda, que te siga´. Estaba convencido de que, si rodaba como en los entrenamientos, el grupo acabaría rompiéndose".