Esta vez no pasará, debió de decirse para sí la reina Isabel II cuando el martes pasado el príncipe Guillermo y su prometida, Kate Middleton, convocaron a la prensa y anunciaron boda para el próximo año. Hasta el momento, el asunto nueras había provocado muchas migrañas en palacio. Mientras veía a Kate desenvolverse de forma exquisita, quizá Isabel II pensó en Diana de Gales cuando se sentó ante las cámaras de la BBC y afirmó con rotundidad y sin pelos en la lengua que su matrimonio había sido "cosa de tres". O en Sarah Ferguson, a la que retrataron tomando el sol en top-less mientras un financiero estadounidense le chupaba los dedos del pie. No, esta vez no pasaría. Buckingham había tomado nota de sus fracasos y durante ocho años ha preparado a Kate para ser una princesa profesional.

La futura esposa de Guillermo, segundo reserva en el trono de Inglaterra, no creció en una de esas familias aristócratas que reparten su tiempo entre la caza del zorro y el cróquet. Y, sin embargo, luce los sombreros XXL con la misma naturalidad que las nobles que van a las carreras de Ascott con tocados alucinógenos. Kate es nieta de minero. E hija de un antiguo programador de vuelos y de una azafata que se hicieron millonarios al montar una empresa de productos para fiestas infantiles. Con los beneficios, enviaron a sus tres hijos a colegios donde solo podían pedir apuntes a hijos de aristócratas y/o miembros de la lista Forbes.

El resto ya es historia. Incluso la leyenda urbana que asegura que Kate tenía un póster del príncipe en su habitación. La prensa, siempre maledicente, mantiene que la joven se inscribió en la Universidad de Saint Andrew´s tras enterarse por los diarios de que Guillermo iría allí. Y que se matriculó de las mismas asignaturas. Planificado o no, acabaron compartiendo piso, más tarde casa y, tras convencerle de que no dejara la universidad en un momento de pájara, ahora viven en una granja al norte de Gales cerca de la base del Ejército donde él recibe instrucción.

El único sin embargo que se le pone a Kate es que apenas se le ha visto trabajar, mientras que se podría tapizar Hyde Park con sus fotos en bodas, partidos de polo y viajes exóticos. Pero Clarence House, la casa del príncipe Carlos, protege a la pareja con celo. El martes, cuando se les preguntó por Diana, la respuesta parecía ensayada. "Ha sido una gran inspiración para mí", dijo ella. "No espero que Kate se calce los zapatos de mi madre", replicó él. El guión es otro.