Será que llega febrero y, por más que el tiempo pase mis cuates de La Marara siguen con el cante -siempre como principiantes- mientras que el calcetín del Zapa, trisca que trisca, deambula por los estantes, olvidado en un tambor (de la Balay), metido en el bote de Nesquik (hoy el cartero me ha dicho) o entre los grumos de Norit (el borreguito). Será que llega febrero y estos bordes, o bordinis, me siguen poniendo una lágrima en la cursi pupila, una sonrisa en toda la cara y un nudo en la garganta tan fuerte que no deja pasar la cerveza que Paquito me ha puesto en el Michel (y que pagará Torbellino).

Esta chirigota de alto voltaje forma parte de mis entretelas metafísicas y astrales (va por ti Zapa) por eso me he implicado tanto en la búsqueda, asaz infructuosa, del calcetín sin casar del Prieto Bruñuelas que, gracias a esta pérdida, se volvió trascendente y encomendado a la vida eterna convencido de que los calcetines van a parar al más allá.

Será que llega febrero y sueño, como se sueñan los sueños, con la previa familiar de la chirigota a la que suelo acudir, por tradición, con tres grados más que el Machaquito y botando, con be, siempre en mararo, voto absurdo donde los haya, zapa de la zapería. Ya hace años que no acompaño con mi canto, exactamente desde que mi primo Andrés lo calificó de Pimpinela cantada por becaria de funeraria (jartible) y, como ando de postureo cojitranco, me ponen en un rincón de la barra mas apretado que aureola en wonderbra (con un par). Me dedico a reflexionar como si fuera miembro del jurado las letras de la actuación de este año, sintiendo su pasodoble embriagador, el abandono de la razón y la traición del corazón (va por ti Jorge), los perjúmenes que sulibeyan, la profunda emoción, y sobre esas cosas de la Marara que no se pueden entender ni comprender (salvo Antonio Vélez) sino sentir. Por ejemplo: «Cuando yo al Mérida voy a ver, no grito gol, gol, gol ninguna vez».

Siempre se me hacen cortos los cantares, pasan en un santiamén (en mi caso nunca mejor dicho) pero el rato vale la pena. La Marara hace reir, hace llorar. La Marara hace las magdalenas blandas y las galletas duras, hace a los comerciales responsables de zona (va por ti Artemio), hace a los caramelos de la Mártir estrellas michelín, a Carlos Cascon (Chito) escueto y breve. Hace treinta y tantas veces y treinta y tantas veces me enamoraste. Así canta La Marara. Y aunque parezcan malos tiempos para la lírica son buenos para los carnavales y como, Pixa somos de Mérida, hasta que la vida nos encuentre escarbando en el patio de las malvas: «Que viva mi Marara, que vivan sus coplas y alusiones, que vivan sus...».