A las cinco en punto de la tarde de cualquier día del año 1980. "Un vino negro como el trabajo" por el que se paga un duro. Sobre la mesa, Soberano, Farias y as de copas sobre campo verde, "arrastro y canto veinte". Mientras, en el televisor Curro se luce con una larga cambiada justo antes de espantarse, tarde de mansos y de calor en la plaza Vieja, que salva del hastío de las tardes veraniegas.

Ha estado ahí desde siempre y ha cambiado con nosotros, y con ella sus bares, que han visto pasar por las barras a todo tipo de personas y situaciones. "Al principio se vendían también medios cubalibres", explica Amancio, que abrió su bar hace ya 23 años, justo enfrente de El Manzano, que esperaba desde mucho antes.

Luego llegaron otros como La Laguna y el Morato, cuando "poníamos seis o siete mesas en la terraza y había que cruzar la calle --que circundaba toda la plaza--, para servir". Era la plaza Vieja más vieja, la de abuelo con boina.

La clientela de la plaza de ayer es madura, escasa pero fiel y agradecida; vino, cerveza, ginebra y poco más. "Sota, caballo y rey" en un ambiente diurno de cañas y tardes de toros con mus sin señas, y sol recalentando las flores del parterre que la gente bautizó como la Tumba de UCD , antes de que llegaran Los Atlantes a sostener sobre sus brazos noches y noches multitudinarias en los veranos de sol y rutina de Navalmoral.

La plaza nueva

Porque desde hace algo más de cinco o seis años, la plaza Vieja de Navalmoral es nueva en juventud y estilo; es más nocturna, más heterogénea, más vital. Se ha convertido en el centro social de las noches de la ciudad.

Anochece otra tarde calurosa del agosto moralo, se secan las gargantas de bañistas mientras los camareros, sin vacaciones, disponen las mesas para la noche que se avecina. La Araña , nombre despectivo con el que algunos reconocen la escultura que preside la plaza, observa distraída la llegada de los primeros jóvenes que prefieren sangría con montado de lomo a rollito de primavera y botellón .

La plaza Vieja de los últimos veranos ha cambiado porque los hosteleros de la zona han sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Una noche cualquiera, en una mesa, un abuelo cuenta a su nieto historias de cuando los tintos costaban un duro y Curro Romero era el rey algunas tardes y otras soñaba que lo era. La plaza Vieja de una noche cualquiera guarda lo mejor de lo viejo y lo nuevo y lo mezcla para sobrevivir al tiempo y a las modas.