Diego Mostazo Sierra y Antonia Giraldo Domínguez eran de Malpartida de Cáceres, municipio en el que aún conservan un montón de familia. El padre de Diego se llamaba Francisco y el de Antonia, José. Diego trabajaba en la fábrica de corcho que estaba por Alcoresa. Allí raspaba el corcho, que previamente se recogía en camiones cuando la mercancía llegaba a la estación de trenes. Una vez en la fábrica, se descargaba, se metía en la caldera, luego se sacaba, se seleccionaba... Pero Diego también segaba y cosechaba la tierra porque tenían ocho hijos (Inés, Nieves, José, Isabel, Pilar, Juan, Gabriel, y Paco y José, ya fallecidos) y había que darles de comer a todos.

Al principio Diego y Antonia vivían en Malpartida, pero en los años 20, como tantos, se trasladaron a la capital en busca de un futuro mejor. En la misma fábrica había viviendas para los obreros, y en una de ellas residían los Mostazo. También vivían allí el señor Narciso Porrón, la señora Carolina, Juan Sierra, el señor Venancio, y Silviano, sobrino del jefe, que era el señor Eustaquio Sánchez Mora, un catalán que vivía en La Concepción, muy cerca de don Antonio Silva.

Durante la guerra, los Mostazo se trasladaron a una casa de alquiler en el 24 de Camino Llano, una zona conocida entonces como las afueras de Carrasco. Vivían por allí José Antonio Bravo, y su mujer, Elisa, que tenían una tienda de comestibles, su hermano Vicente, Antonio Luceño y Agus, su señora. La madre de Luceño, la señora Felisa, tenía un comercio y cada vez que los muchachos de la calle se ponían a jugar a la pelota, ella salía y les decía: "¡Niños, callaros, que está mi Antonio estudiando!" .

En el barrio también residían Catalina y su marido, Juan Antonio, que trabajaba en Renfe; Napoleón, que tenía su casa por encima de la señora Fermina, que era muy buena conversadora, un encanto de mujer. También vivían muchos policías nacionales, el señor Agustín, Ignacio, Mari, Carmina, Ito, Pedro... y todos los demás.

La gran familia

En Camino Llano abundaban las cocheras, entraban los autobuses y también había talleres como el de Catalino, que luego se fue a una nave inmensa junto a Contiñas. Los de la calle eran como una familia. En verano salían a tomar el fresco mientras escuchaban la radio, aparato en torno al que se arremolinaban cada vez que ponían una canción de Manolo Escobar. "Buenas noches, buenas noches, buenas noches..." . De tantos vecinos como había en las puertas, cientos de buenas noches soltaban los hijos de Diego y de Antonia cuando al anochecer volvían de dejar a sus novias en casa.

Los niños del barrio iban entonces a Las Normales, las niñas al Sagrado Corazón, que llevaban monjas como sor Isabel o sor María, con sus primorosos hábitos en blanco y azul.

Los hijos de Diego empezaron pronto a trabajar para ganarse la vida. Un buen día aparecieron por el barrio Antonio y Serafín, dos empresarios de Salamanca que llegaron a la ciudad para instalar un negocio de menudos de los cerdos, que les funcionaba muy bien en su tierra. Preguntaron a Catalina, la Pinocha, si sabía de dos jóvenes formales que pudieran ayudarlos a extender su empresa en Cáceres. Catalina les dio referencias de los Mostazo y así fue como Juan y Gabriel, con tan solo 16 y 17 años, comenzaron en la venta de los embutidos.

Con Antonio y Serafín se tiraron un año, hasta que supieron que una casilla de la segunda planta del mercado del Foro de los Balbos se había quedado libre. Aquella casilla era la oportunidad de Juan y Gabriel para emprender a solas un negocio. El local era propiedad de don Valeriano Martín, que era un industrial muy grande y conocido en Cáceres que tenía tiendas por todos sitios. Don Valeriano les dijo que les alquilaba la casilla a cambio de que ésta se abasteciera con sus productos.

Así empezaron a trabajar por su cuenta los Mostazo: vendían quesos, pilas de tocino, chorizos, patatera... todo se lo suministraba don Valeriano. Abrían el negocio con cola y lo cerraban con cola.

Tanto éxito tuvieron que don Valeriano les ofreció años más tarde la posibilidad de que se trasladasen a un local que tenía disponible en la calle San Pedro, donde se puso a trabajar toda la familia, que era como una piña. La tienda, preciosa, estaba en un entorno privilegiado: cerca del catastro, de Los Cabezones, que era un comercio de alimentación, de la charcutería de Antonio Pérez, de la tienda de muebles de Cordero, de la pastelería de don Valentín Acha...

Eran los años en que en Cáceres se selló un boleto de 14 en las quinielas y se puso de moda una coplilla en toda la ciudad que decía así: "Filiberto, Filiberto el limpiabotas, se dejó del brillo y el betún. Rellenó, rellenó por una apuesta, un boleto al buen tun tun. Acertó, acertó los 14, sin saber por qué, y para, para celebrarlo, a Madrid, a Madrid se fue..." .

Los Mostazo eran incansables. Abrían los sábados por la tarde, ese día se llevaban unas buenas tortillas de patatas y termos de café. Cuando terminaban los balances, descolgaban los jamones, fregaban las paredes de inmaculados baldosines y se sentaban juntos a cenar. En la tienda amanecía y en la tienda anochecía.

El negocio prosperaba, así que un día los Mostazo vieron un local en San Antón, propiedad de don Manuel Checa, el otorrino, donde estuvo Plá, el de las bicicletas. La tienda estaba cerca del Gran Teatro, al lado de la administración de lotería. Se decidieron y, definitivamente, se desvincularon de don Valeriano, con cuya familia les sigue uniendo una grandísima amistad. El de San Antón fue el primer autoservicio que tuvo Cáceres. Su lema, que se hizo muy popular, era: "Mostazo, sírvase usted mismo" . A la apertura de la tienda, bendecida por don Manuel Vidal, acudió hasta el alcalde.

Allí encontrabas no solo embutidos, también conservas, productos de limpieza... Fue toda una sensación en aquel centro comercial abierto que era entonces Cáceres, muy cerca del Café Toledo, Sederías Oriente, Paniagua, zapatos El Cañón, la peluquería de Las Manolitas...

Las bodas

Pasaban los años y los hermanos Mostazo fueron encaminando sus vidas: Inés se casó con Alfonso Márquez Méndez, que trabajaba en el corcho y tuvo seis hijos; Paco, que murió muy joven, se casó con Ramona Fernández y dejó dos hijos: Paco y Ramona; Nieves se casó con Angel García Pérez, conocido como Pelona , un operador de cine del Norba; tuvieron una hija. José contrajo matrimonio con Tomasa y tuvieron cinco hijos; Pilar se casó con Julián García Ingelmo, ats, y tuvieron ocho hijos; Juan se casó con María y tuvieron seis hijos; Gabriel con Ana y tuvieron otros seis hijos. Isabel se casó con Antonio Arias, que trabajó con don Manuel Peña, el de la zapatería, y no tuvieron descendencia.

Al cabo de los años la empresa se diversificó y llegaron a sumar 16 establecimientos de ultramarinos, armería o deportes. Hoy, los Mostazo continúan con sus negocios, pero no olvidan sus orígenes: años y años sin vacaciones ni descanso, toda una saga que comenzó en el duro trabajo del corcho y siguió en el de los embutidos en los años en que el Camino Llano era esa gran familia que todas las noches de verano se arremolinaba en torno a un transistor.