Floreciente de comercios y negocios de hostelería. Así fue la plaza Mayor y su entorno en nuestra ciudad. La Parada, un bar de Felipe Berjoyo , fue ejemplo de ello. El local fue antes propiedad de Juan José Redondo Pérez , que era tío de Bernardo Pozas . La Parada estaba en los Arcos, en lo que posteriormente fue El Miajón. Se llamaba La Parada porque allí paraban muchos coches de línea de la provincia, que iban a La Cumbre, a Sierra de Fuentes... los del Casar no, porque los del Casar tenían un servicio en la calle José Antonio.

A aquellos coches los llamaban popularmente las rubias, eran coches de madera, unos descapotables, otros no, y algunos disponían atrás de una especie de balconcinos semejantes a las carretas del Rocío. Las rubias llegaban de los pueblos cargadas de paquetes, que luego se guardaban durante unas horas en la bodega de La Parada. A veces los viajeros venían a Cáceres de compras y también utilizaban el bar a modo de consigna.

La Parada era otra reliquia de aquella bellísima plaza Mayor que un día tuvo Cáceres. Con su bandeja cargada de romanticismo, sus palmeras grandes y sus baldosas portuguesas donde los muchachos jugaban al corro. Las escaleras que suben a Santa María estaban como partidas en dos porque en medio había una fuentecita donde la gente acudía a beber, porque en aquella época no había agua corriente. Por la plaza pasaban mujeres cargadas con sus cántaros en dirección al Camino Llano y La Concepción, donde también había fuentes en las que desde muy temprano recogían el agua.

Pero la plaza no era solo bella por su bella fisonomía, lo era porque era el centro neurálgico y comercial de la capital. Estaba en la plaza el mercado del Foro de los Balbos y había en ella y su entorno montones de ultramarinos, el ultramarinos de Paco Durán , al lado los Casares . En el portal de la farmacia de Castel estaba el de Carlos Cordero , que después llevó su hijo Pedro . Luego estaban el de los Jabato , el de Aparicio en la calle General Ezponda. Y en las Cuatro Esquinas, Regodón y los Siriri .

En casa del señor Lino , en General Ezponda, te daban unos cucuruchos con aceitunas, y en La Mallorquina, que era pequeñita y muy bonita, comprabas riquísimos pasteles. Luego estaban la zapatería de Victorino Martín (su hijo Miguel abrió después otra en los portales), la farmacia de los Jabato , y la de Margarita Pereira , que puso allí su primera botica, los Terio , con sus lindos sombreros y sus deliciosas esencias, El Barato, el comercio de telas de Víctor García , el estanco de los Durán , el hotel Europa, y la librería de los Solano , que después se quedó Pedro Cabrera Florido y posteriormente fue de los Hormigo . Con Pedro Cabrera, que también puso la zapatería Cabrera de Pintores, trabajó muchos años Chelo Sánchez Fondón , que era nieta de Reyes Lavela , una señora que vivía por la calle Trujillo. Chelo empezó desde muy pequeñita a trabajar con Cabrera, hasta que se independizó para poner en la calle Moret su famosa librería. En la plaza hubo hasta una churrería que regentó un señor de Aliseda, estaba el Café Toledo, o la panadería del señor Claudio y la señora María .

La Concepción

Muy cerca de la plaza estaba la Concepción, con muchos negocios: la lanería Paín, el bar Rialto, Muebles La Concepción, Marmolería Nieto, la famosa charcutería El Aguila, Frasqueri, la pescadería Vivas , el árbitro Fidel Valle Rico tenía su barbería, el bar Los Marros y su inigualable prueba de cerdo, o Retales Manolo.

También estaban allí las Damas Apostólicas, edificio que además de colegio tuvo diversos usos. Albergó la cristalería La Veneciana, fue casa de vecinos, llegó a haber una imprenta, y al lado, en los bajos del Torreón, estuvo la frutería de Aquilino . Era entonces General Ezponda una calle llena de vida. Estaba el bar de Pedro Peloto o la sastrería de Pepe Santos , que en 1963 alquiló a la Fundación Valhondo un local en los bajos del edificio del SEU para abrir su negocio, que estaba muy cerca de la barbería de General Ezponda, donde luego se abrió El Roji.

En Ezponda estaba la Joyería Bomar, que era de Juanito , Emilio el del Cisne Negro, el joyero Rosendo Nevado o el hostelero Emilio El Pato , a quien Pepe Santos confeccionó su primer traje corto de torear y con quien compartía su afición a la lotería.

En General Ezponda también estaba Eleuterio Mendoza , quien en mayo de 1941 alquiló un local propiedad de Manuel Rodríguez , que antes había sido un banco y al que Eleuterio puso por nombre Almacenes Mendoza. La tienda era como El Corte Inglés en chico porque allí encontrabas de todo: ropa, juguetes, colonias, alpargatas, cintas de raso, cintas de seda... En aquellos años de la posguerra se hizo muy famoso en Arroyo Rogelio Grado , que hacía unas pastillas de chocolate que estaban de morirse. Así que Eleuterio decidió ponerlas a la venta a bajo coste en Cáceres y, claro, aquello fue un exitazo porque entonces el chocolate era un producto de lujo. Un día, Eleuterio se enteró de que la hermana de uno de sus dependientes hilaba chaquetas, también las puso a la venta, también fueron un exitazo.

Almacenes Mendoza era una tienda enorme, con sus suelos y mostradores de madera y un taburete altísimo al que algunos empleados tenían que subirse para poder llegar a la caja registradora. El local, en la esquina con Ríos Verdes, ocupaba un lugar privilegiado en aquel General Ezponda que rebosaba de vida y de pujantes negocios: la droguería de Macedo , la farmacia de Arjona , la barbería de Tato , la dulcería con sus bambas de crema, la librería Sanguino , El Rastro, que era una tienda de los Villegas , La Cueva, o el Hotel Castilla, que fue el segundo establecimiento hotelero de la capital cacereña que obtuvo licencia oficial después del Extremadura.

Aunque la vida transcurría feliz, a Eleuterio le quedaba un sueño por cumplir: entrar en Pintores, que entonces era el emporio de Cáceres. En 1958 se enteró de que el local que había sido la zapatería de Terrón y que en ese momento llevaba un yerno del propietario no iba bien. El negocio salió a subasta y en el mes de mayo de 1958 Eleuterio se marchó al paraíso que todo comerciante quería pisar. Mendoza estaba justo al lado de El Precio Fijo, donde ahora está Deportes Olimpiada. En la calle se repartían multitud de negocios: El Siglo, Perfumería Terio, Jamec, Correa, Siro Gay, Juan García, que vendía tejidos, La Muñeca, de Rosendo Caso , que llamaban así porque tenía un maniquí y entonces no era muy corriente tener maniquís en las tiendas de Cáceres; la sastrería Pérez , más conocida como La Petaca porque tenía dentro una réplica de los estuches que se utilizaban para llevar cigarros o tabaco picado, Almacenes Gozalo que era junto a Mendieta de las más importantes, las fotografías de Javier, la zapatería Martín, la camisería Picado, La Salmantina, el horno de San Fernando por atrás, la Bodega Catalana, donde se vendía el vino por pistola, el Bar Amador... y tantos otros que hicieron historia.